"Oh Jehová, si tienes presente los pecados, ¿quien podrá, oh Señor, mantenerse en pie?" (Salmo 130:3).
Dios tiene un tribunal o corte de justicia. Si nos examina según Su justicia, nadie podría permanecer de pie. David, rey, profeta, un hombre según el corazón de Dios, amado de su pueblo, maravillosamente bendecido, y aun así atribulado de su pecado, no pudo estar en pie, amargado. Consciente de su debilidad y de su profunda necesidad. Pero como en Dios hay misericordia el salmista apela a la ventanilla de Su gracia, abierta para todos los pecadores.
Hemos de ser muy cuidadosos cuando hablamos a nombre de Dios, pues hay asuntos que requieren mucho conocimiento de la voluntad de Dios para hablarlos con la debida propiedad y balance. Pero cuando se trata del perdón divino podemos hablar a boca abierta y proclamar a los cuatro vientos del planeta: "Dios es un Dios perdonador y se deleita en perdonar".
Esta doctrina es una de las más importantes de toda la Biblia, quizás la más importante. No hay riesgos en decir, que el Nombre de Dios es este: "Dios que perdona" (Nehemías 9:17).
La palabra perdón supone por lo menos una falta, se asume que ha habido pecado, y pecado significa que la ley ha sido violada.
Ahora bien, ¿qué es el pecado? Juan lo define así: "El pecado es infracción de la ley" (1 Juan 3:4). Esto es, no obedecer lo que Dios manda, hacer lo que El nos prohíbe. No hay conformidad a lo que El pide.
Robar, mentir, matar es pecado, como también codiciar lo ajeno.
Las inclinaciones del corazón son pecado como también los actos contrarios a la ley de Dios.
Debemos distinguir el pecado de la agravación del pecado. Un tumor es una enfermedad, pero también puede agravarse y finalmente matar.
Un pecado es pecado, tanto en los pensamientos como en la comisión del hecho, con la diferencia que al cometerse se agrava el mal. Fornicación es agravación de la codicia. Raíz y fruto, son malos.
Al oír estas enseñanzas caemos todos bajo una conciencia culpable, pues aunque algunos no son tan malos como pudieran ser, sin embargo son tan pecadores como los demás, tan enfermos del mismo cáncer como los otros, solo que su mal no se ha agravado.
A unos y otros hay que curar del cáncer del pecado porque ningún ser humano puede decir que está sano de este mortal mal que mata el alma. Si pudiera oírse una voz del cielo diciendo: "de pie los sanos", nadie podrá: "Todos quedan bajo el juicio de Dios" (Romanos 3:19).
Cometer mal es un acto transitorio, los placeres del pecado se desvanecen, pero la culpa permanece para siempre en los registros de la conciencia, a menos que Dios la perdone. Lo expresa el profeta cuando dice: "El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón" (Jeremías 17:1).
Cuando se abran los libros de la conciencia de cada hombre en el día del juicio final, todos y cada unos de los pecados serán descubiertos y lo que estuvo tapado con el polvo del tiempo será visto delante de los ojos de cada uno para vergüenza y confusión perpetua.
Ese sentido de vergüenza que experimentamos cuando nuestras faltas son puestas al descubierto será traído al corazón por el juicio de Dios, y nunca más se apagará ni disminuirá sino que irá en aumento.
¡Cuán miserable es la vida de un hombre cuyos pecados no han sido perdonados! En nuestro contexto es absoluto cuando se proclama: "Pero en ti hay perdón" (Salmo 130:4), no creo que haya un "pero" mejor colocado que éste, hermoso y dulce.
Es ciertísimo e innegable que somos pecadores y que nuestras conciencias están contaminadas de tantas culpas, pero en Dios hay perdón.
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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