viernes, 7 de enero de 2011

Calvino y la autonegación.5

Parte I
La suma de la vida cristiana - negación de nosotros mismos

El principio de autonegación en nuestras relaciones con los demás.
El principio de autonegación en nuestra relación con otros

(4) Autonegación provee la actitud correcta hacia otros
Autonegación es respetar a Dios y a los hombres. Cuando la Escritura nos relaciona con otros nos insta a preferirlos, darles honor en lugar de nosotros mismos, y laborar con sinceridad para promover su bienestar (Romanos 12:10; Filipenses 2:3). 

Dios nos da mandatos que nuestra mente es incapaz de obedecer a menos que suprima sentimientos naturales. Porque corremos ciegamente en pos del amor propio y todo el mundo piensa que tiene buenas razones para exaltarse a sí mismo y menospreciar a los demás. Si el Señor nos ha concedido algún don, de inmediato somos orgullosos, explotamos de orgullo. 
A menudo escondemos los vicios que tenemos y adulamos nuestra mente presentándolos como pequeños, triviales, hasta abrazándolos como si fueran virtudes. Estas mismas cualidades -vistas en otros a quienes debiéramos considerar como superiores-, con tal de que no nos veamos forzados a humillarnos a ellos las rebajamos y encontramos fallas de modo desagradable. Del mismo modo, si se trata de vicios, no nos contentamos con animadversión precisa y severa sino que los exageramos con todo propósito.
De aquí la insolencia con que cada uno se exalta -como si fuera la excepción de lo común- sobre otros, orgullosa y confiadamente menospreciando, mirándolos como inferiores.
El hombre pobre se inclina ante el rico, el plebeyo ante el noble, el siervo ante el amo, el analfabeta ante el estudiado, y sin embargo cada uno en su interior acaricia alguna idea de su propia superioridad.

Adulándose, establecen una especie de reino en su seno. Para satisfacerse a sí mismo, el arrogante pasa censura sobre la mente y modales de otros, y cuando se levanta alguna contención entonces exhibe su veneno. Muchos toleran a éstos con alguna medida de moderación siempre y cuando las cosas vayan suaves y deslizables, pero ¿cuántos son los que mantienen el mismo tenor de moderación al ser irritados o provocados? Para ello no hay otro remedio que cortar de raíz tales plagas nocivas -amor propio y sed de victoria.
Esto es lo que hace la doctrina de la Escritura, nos recuerda que los dones otorgados por Dios no son nuestros sino de Su libre gracia. Quienes piensen otra cosa demuestran su ingratitud. “¿Quién te distingue -dice Pablo- o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1Corintios 4:7).
Que el diligente examen de nuestras faltas nos mantenga humillados. Siempre habrá algo por someter, aunque no haya nada que infle nuestro orgullo. De nuevo, al descubrir en otros dones de Dios, somos llamados a respeto y reverencia a dichos dones tanto como a dar honor a quien los posee. Si a Dios le ha placido darles honor, sería enfermizo deprivarlos. Se nos manda a pasar por alto sus faltas, no a estimular con adulación, a no insultar aquellos a quienes debemos estima y honra y buena voluntad.
Que en todas nuestras relaciones, nuestra conducta sea moderada y con modestia además de cortés y amistosa. El único camino a la verdadera mansedumbre es que nuestro corazón esté lleno de humilde opinión de nosotros mismos y de respeto a otros.

Calvin’s Institutes of the Christian Religion, Book Three, Chapters VII-VIII.
2009 Chapel Library; Pensacola, Fl.

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