miércoles, 19 de enero de 2011

Meditación del 19 de enero

“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13).

El mismo Señor Jesucristo resalta la importancia de la operación del Espíritu Santo en el corazón humano y lo hace con claridad, pues usa una comparación que enseña su influencia como indispensable. Dice que así como la comida es la esencia del sostén de la vida física, así el Espíritu Santo para la vida espiritual. El pecador necesita esta influencia como el cuerpo necesita el pan de cada día.

El globo terráqueo tiene varios continentes, entre ellos Europa y Asia. También hay un mundo eterno que es real y existe como esos dos que citamos. 
No es un objeto para los cinco sentidos, pero esto no quita que sea más real que los continentes, pues permanecerá luego que el planeta se haya encendido y los elementos se derritan y la realidad como ahora se conoce no exista más. 

El mundo eterno contiene realidades más serias y duraderas que el terrenal. Dios habita en él. El cielo esta allí, lugar mencionado a menudo en la Biblia. El trono del juicio final también esta allí, donde Cristo juzgará a cada persona. El infierno también se encuentra allí. Una gran cantidad de condenados habitarán allá. Miles de miles espíritus santificados residen en el mundo eterno.

Si consideramos lo real como aquellas cosas inmutables, no habrá duda que el mundo eterno es real. Lo irreal es solo aparente, pero lo real permanece. Por ejemplo, el metal hierro es más real que el objeto carro, ya que si tomas el carro y lo derrites, desaparece, pero el metal permanece. 
Tal pensamiento nos revela que lo que miramos en el mundo luego es irreal,  puesto que no permanece. Placeres y felicidad presentes pronto desaparecen con cualquier enfermedad, luego entonces el dolor es más real que el gozo de la carne. En cambio, el gozo cristiano es más real que la tribulación: “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia” (Romanos 5:3). Quien habla aquí es alguien influenciado por el Espíritu Santo. Lo mismo se puede decir del cuerpo y el alma. El primero desaparecerá, pero lo otro no se puede destruir. 
De modo que si vemos lo eterno como medida de lo real, este mundo es irreal o simple vanidad. Este mundo impresiona al hombre en virtud de los objetos que hay en él como la casa, la montaña que se levanta, el río que corre, pero el estado transitorio de estos los hace impresiones, en comparación con la eternidad no son nada.

El conocimiento es la unión de un hecho con un sentimiento. Puede haber una piedra en el patio, pero a menos que la toque con el pie o con la mano o con mis ojos, no tengo conocimiento de la piedra, y lo mismo se puede decir de cualquier otra cosa en este mundo. 
Así también hay un mundo invisible, fuera de nuestro alcance y realmente impresionante, pero a menos que sienta su influencia no será real para mí. 
Hay una órbita cerrada a los ojos naturales pero abierta y tangible a los ojos de la fe, solo el Espíritu Santo capacita para verla: “La fe es la certeza de lo que se espera; la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1)
Ante este cuadro, tenemos clara evidencia que necesitamos un despertar de lo alto entre nuestros semejantes. Ya que el hombre está naturalmente destituido de las cosas eternas, es claro que no puede haber un cambio moral en su vida a menos que haya un despertar de su profundo sueño, que abra sus cerrados párpados: "Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (
Juan 3:3). 
Lo primero es despertarle. Necesita una fuerte impresión en su interior con tal poder que no pueda cerrar sus ojos aunque quiera. No podrá tener cambio en su vida moral a menos que la realidad eterna sea cierta, que pueda unir sus sentidos con los hechos eternos. Tiene que ser despertado.

Si a este hombre terrenal se le hace entrar al cielo con el carácter que tiene, es decir con sus ojos cerrados a lo espiritual, no disfrutará ni será feliz aunque quiera pues estará en tinieblas. Ahora mismo se halla aletargado respecto a su propia inmortalidad, le resulta imposible vivir y actuar en constante referencia a dicha realidad a menos que sea despertado. Ignora que la mayor parte de su existencia la gastará en la eternidad, que lo presente es como neblina que sale y luego viene el sol y se disipa. No puede entrar a la eternidad con ese carácter. Este hombre tiene la muerte del cuerpo como el final de todo, es por eso que antes de morir sus amigos cristianos quieren persuadirle, para un hombre así la muerte del cuerpo es también la muerte del alma porque no ha nacido de nuevo.

El Espíritu Santo es dado a quienes lo piden, con más prontitud y buen deseo que el de un padre terrenal dar comida a su hijo. Es muy triste y solemne saber que los hombres son pecadores, ciegos, muertos a sus delitos y pecados; pero también es consolador saber que el Espíritu Santo se deleita en dar vista espiritual o fe a quienes lo pidan, se agrada en abrir los ojos de fe y alumbrar la más profunda oscuridad y revivir al alma más embrutecida y torpe.
 
Pídele, pues, así: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley" (Salmo 119:18).

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

No hay comentarios.: