miércoles, 12 de enero de 2011

Calvino y la autonegación.10

Parte I
La suma de la vida cristiana - negación de nosotros mismos
La filosofía cristiana de la no pertenencia al mundo y la autonegación: no somos nuestros, sino de Dios.
El principio de autonegación en nuestra relación con Dios



(10) Autonegación nos ayuda a enfrentar adversidad

Una mente piadosa extenderá su tranquilidad y perseverancia a todos los eventos de su vida presente. Se ha negado a sí mismo en verdad aquella persona que se ha entregado al Señor por completo, colocando todo el curso de su vida enteramente a la disposición de El
Una mente así no murmurará contra Dios por causa de su salario en esta vida.
¡Cuán necesaria es esta disposición, si uno considera los tantos sucesos a que estamos expuestos! Enfermedad, calamidades, cambios del clima destruyendo cosechas, esterilidad, penurias. Fallecimiento de cónyuges, padres, hijos o relacionados. Destrucción de nuestra casa por el fuego. Esta clase de eventos provocan al hombre para maldecir su vida, detestar el día de su nacimiento, execrar la luz de los cielos. Hasta censuran a Dios y, elocuentes en blasfemar, lo acusan de crueldad e injusticia. 
El creyente contemplará la misericordia y paternal indulgencia de Dios en esas cosas. Aunque pierda su familia, incluso entonces, no cesará de bendecir al Señor. Su pensamiento será “la gracia de Dios, que mora en mi casa, no permitirá desolación.”
Si su sembrado se pierde y la hambruna está frente a él, no murmurará contra Dios, mantendrá su confianza: “nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas” (Salmo 79:13). Me suplirá con alimento incluso en esterilidad extrema. 
Si afligido con enfermedad, no lo sobrepasará el filo del dolor que lo haga exclamar con impaciencia o disputar contra Dios. Reconociendo justicia y misericordia en la vara, perseverará con paciencia.
En suma, no importa lo que suceda, sabiendo que todo es ordenado por Dios recibirá las cosas con placidez y gratitud de mente, sin rebeldía contumaz a Su gobierno, bajo cuya disposición se ha colocado a sí mismo y todo cuanto tiene.
En especial, el cristiano evade el consuelo tonto y miserable de los condenados, quienes, para fortalecer su mente contra la adversidad achacan todo a la fortuna (la suerte). Es absurdo -piensan ellos- indignarse contra la fortuna, diosa ciega y áspera, que daña tanto al bueno como al malo.
Para el cristiano, la regla de piedad es que la mano de Dios gobierna y es árbitro de las fortunas de cada quien, en lugar de manifestar violencia absurda dispensa bien y mal con perfecta regularidad.

Calvin’s Institutes of the Christian Religion, Book Three, Chapters VII-VIII.
2009 Chapel Library; Pensacola, Fl.

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