domingo, 9 de enero de 2011

Calvino y la autonegación.7

Parte I
La suma de la vida cristiana - negación de nosotros mismos
El principio de autonegación en nuestras relaciones con los demás.
El principio de autonegación en nuestra relación con otros


(6) Amar al prójimo es ver a Dios

Amar al prójimo no tiene que ver con modales humanos sino con ver a Dios. Y para que no seamos ociosos en bien hacer (Gálatas 6:9), como infalible e inmediato sucedería, hemos de agregar las cualidades que enumera el Apóstol: “el amor es sufrido, es amable... no se irrita” (1Corintios 13:4-5). El Señor nos manda a “hacer el bien” (Hebreos 13:16) a todos, sin excepción, aunque la mayoría ni lo merezca -a juzgar por sus méritos.
Sin embargo la Escritura añade la razón excelente, no hemos de ver lo que en sí merece el hombre sino atender a la imagen de Dios existente en cada quien y a quien debemos todo amor y honor. Y para los que son familia de la fe (Gálatas 6:10), hemos de aplicar la misma regla, recordando que la imagen ha sido renovada y restaurada en ellos por el Espíritu de Cristo.
Por tanto, quienquiera sea que se presente ante ti necesitando tu asistencia, no hay lugar para declinar dársela. 
Si dices “es extranjero”, recuerda que el Señor le ha marcado con algo que debiera serte familiar, por cuya razón te prohibe menospreciar tu propia carne. 

Si dices “es injusto y desconsiderado”, recuerda que el Señor lo ha distinguido con el brillo de Su propia imagen.

Si dices que no te ata ninguna clase de deber, recuerda que el Señor lo ha substituido como si El estuviera en su lugar, de modo que puedas reconocer las muchas obligaciones con la que el Señor te ha unido a El.

Si dices que no merece el más mínimo esfuerzo de tu parte, recuerda que la imagen de Dios, que lo recomienda ante ti, merece todos tus esfuerzos y a ti mismo. E incluso si el hombre no merece nada bueno y además te ha provocado daños y agravios, con todo no hay razón para que no lo abraces en amor y lo visites con buenos oficios (Mateo 6:14; 18:35; Lucas 17:3). 
Dirás que el otro “ha merecido muy diferente a mí.” ¿Y qué mereció el Señor? 
Cualquier agravio que otro te haya hecho, cuando Cristo se une a ti para perdonar ciertamente significa que debiera imputarse a El mismo. 
Solamente así podemos lograr lo que no solo es difícil sino contra naturaleza: amar a aquellos que nos odian, devolver bien por mal, bendecir y no maldecir (Mateo 5:44). Recordemos que no hemos de reflejar la maldad del hombre sino mirar la imagen de Dios en ellos, una imagen que cubre y oblitera -reduce a la mínima expresión- sus fallas, una imagen que por su belleza y dignidad nos induce a amar y abrazar a los demás.

(7) El trabajo externo no es suficiente, ¡lo que cuenta es la intención!

Tendremos éxito en matar los impulsos pecaminosos de nuestro ser -mortificar la carne- si completamos los deberes del amor.
Tales deberes no se completarán con tan solo llenarlos, aunque no falte ninguno, a menos que se hagan con sentimientos puros de amor. Podría suceder que alguien realice cada una de estas cosas, en lo que respecta a lo externo, y sin embargo estar lejos de lo correcto. 
Hay algunos que parecen muy liberales pero acompañan sus dádivas con insultos por la arrogancia de sus miradas o la violencia de sus palabras. Y a tal condición calamitosa hemos llegado en esta época infeliz que la mayor parte de los hombres casi nunca da limosnas sin mostrar rudeza o contención producto de su arrogancia. 
Tal conducta no debiera tolerarse ni siquiera entre paganos. 
Y entre cristianos hace falta algo más que llevar brillo en los ojos o utilizar lenguaje cortés: primero, debieran colocarse a sí mismos en lugar de aquellos en necesidad de asistencia y condolerse de su mala fortuna como si en verdad la sintieran y cargaran, provocar sentimientos de pena y humanidad que incline a otros a ayudarles como ellos mismos lo hacen.
Alguien con mente así irá y asistirá a sus hermanos y no manchará sus obras con arrogancia o amonestaciones. Es más, no verá al hermano como inferior ni lo tendrá sujeto a obligación alguna, del mismo modo como no hacemos sentir mal a un miembro enfermo cuando el resto del cuerpo trabaja para su recuperación. Tampoco pensará que otros tienen obligaciones especiales para él, puesto que ha hecho mayor esfuerzo del debido.

En realidad, la comunicación de deberes entre miembros debiera verse como el pago del deber que por ley natural sería monstruoso denegar. Por esta razón, quien ha realizado alguna labor no debiera considerarse descargado, por ejemplo el caso de un rico que luego de contribuir alguna cantidad de su peculio delega el resto de la carga como si ya no tuviera nada que ver con él. Todos debiéramos considerar que, sin importar cuán rico sea, este hombre se debe a sus prójimos, y que el único límite para su beneficencia es que faltaran sus medios. La extensión de sus recursos debiera regular la extensión de su bondad.

Calvin’s Institutes of the Christian Religion, Book Three, Chapters VII-VIII.
2009 Chapel Library; Pensacola, Fl.

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