“Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores" (Isaías 53:12).
La naturaleza humana no tiene entre sus cualidades hacer buena construcción de las adversidades que caigan sobre sus semejantes, por el contrario, somos muy aptos para pasar juicio negativo sobre los sufrimientos y adversidades de los hombres. El profeta lo explica así: "Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido" (v.4).
Es extraño a nuestra manera de pensar que Dios quiera poner a sufrir a los suyos, especialmente cuando somos acusados por otros sin tomar en cuenta que la acusación podría ser injusta.
Mucho fue intentado contra el Señor Jesús, pero nada en su contra le fue probado. Intentaron implicarlo en sedición contra el César, acusarlo de destruir la nación Judía y el Templo, pero todas fueron simples calumnias por envidia.
La gloria y honra de Cristo es más clara cuando percibimos, que por parte de El no hubo ninguna causa ni ocasión de sufrir, sino que esto fue por causa de otros, a quienes El amó desde antes de la fundación del mundo.
En lo que a los hombres concierne, este bien implica dos asuntos: Nuestro consuelo y nuestro deber.
Nuestro consuelo. No hay que probar que somos pecadores, lo sabemos hasta la saciedad -sobre todo si conocemos la luz del Evangelio. A menudo esta realidad trae amargura a nuestro espíritu, pero saber que Cristo pagó por nuestros pecados nos consolará, que nuestros pecados fueron expiados en la cruz del Calvario. Dios nos ha dado el argumento: "El justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 Pedro 3:18).
Para que puedas entrar y estar en el reino de Dios, fue pagado con gran precio el rescate de tu alma. El salario del pecado es la muerte y Cristo honró ese salario muriendo en lugar del pecador: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). Cristo murió por ti, por mí, todas nuestras transgresiones fueron expiadas.
Nuestro Deber. Cuando el creyente considera debidamente todos estos sufrimientos por sus pecados, le hace pensar en su deber de obediencia, porque el verdadero arrepentimiento siempre va acompañado de gratitud, gratitud a Su amor y liberalidad nos mueve a obedecer.
Uno se pregunta: ¿Habrá un sufrimiento duro, o un deber muy grande hacia Aquel que entregó Su vida para salvar la nuestra?
Si lo hay es por ingratitud o incredulidad de nuestra parte, pues escrito está: "La fe que obra por el amor" (Gálatas 5:6).
Reflexionar más a menudo sobre la muerte de Cristo y sus sufrimientos es bueno y propio. Pero esta reflexión no es para verle con pena o compasión, porque Su muerte no fue martirio o tragedia, sino para que crezca en nosotros aborrecimiento a toda apariencia de mal, pues El murió por nuestros pecados.
El Padre le abandonó cuando se hizo pecado por nosotros, no hay otra causa por la cual debía morir, El era inocente.
Es propio meditar en esto, porque aumentará nuestra fe en El.
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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