"Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos" (Gálatas 5:24)
El alcance del apóstol Pablo es mostrar la inconsistencia entre codicias y deseos de la carne con interés real en el Señor Jesucristo: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
¿Quiénes son ellos? “Los que son de Cristo” ¿Qué se dice de ellos? “Han crucificado la carne con sus pasiones y deseos." Los que son de Cristo no son como fieras rabiosas o bestias que muerden, sino mansos y humildes como el Divino Maestro.
Verdaderos Cristianos, miembros reales de Cristo, quienes verdaderamente pertenecen a él, se han dado voluntariamente para ser gobernados por el Rey, el Señor Jesús. Esos son los que menciona el texto.
El versículo no solo menciona los sujetos, sino también lo que se dice de esos sujetos: "Que han crucificado la carne con sus pasiones y deseos." La carne tiene deseos fuertes y propios naturales al hombre, pero para servir a Dios hay que crucificarlos -negarse- a ellos. No significa que se extinguen al convertirse, sino que sean traídos bajo el dominio del alma, no que ellos dominen el alma como sucede con el hombre que no ha conocido el nuevo nacimiento.
Es cierto que es para matarlos, pero no en una guillotina o de un balazo en la cabeza, sino una muerte crucificada, gradual. Es a esa virtud que se llama la mortificación del pecado.
Se dice crucificar la carne para mostrar la semejanza que hay entre la muerte de Cristo y la muerte del pecado en el cristiano; también implica que tal cual a Cristo, la mortificación nos traerá vergüenza, burlas, dolor en el alma y una prolongada lentitud. Esto es, ser semejantes a Cristo en nuestra muerte al el pecado.
Observe que el texto no dice "los que creen en Cristo fueron crucificados" sino los que son de Cristo, pues ellos y solamente ellos, son Suyos. Quienes sienten, profesan o experimentan la eficacia de los sufrimientos del glorioso Señor Jesucristo en la mortificación o sujeción de sus deseos pecaminosos.
Por tanto, podemos concluir que hay interés salvífico en Cristo en quien regular e intensamente mortifica la carne, sus pasiones y deseos. Cristo murió al llevar nuestros pecados y como consecuencia fue resucitado por el poder de Dios, pues de manera semejante solo aquellos que mueren al pecado por la mortificación del pecado tienen en ellos mismos la evidencia de ser salvados o resucitados a vida eterna.
Dios ha establecido en Cristo sacar a luz la vida por medio de la muerte para gloria de Su nombre. La evidencia de ser de un mismo Espíritu con Cristo es morir por lo que él murió: el pecado -en el caso Suyo para redención-, y en el nuestro para mortificación: “Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con el" (Romanos 6:8).
Piensa en el consuelo y dulzura que resulta de la mortificación del pecado, esto debiera motivarnos a ser más diligentes en su práctica.
Hay doble dulzura en la naturaleza y altura de esta obra así como en el deber para agradar a Cristo: nos da ese dulce derecho de llamarnos con toda propiedad cristianos.
La verdadera paz de corazón se obtiene después de haber mortificado el pecado, de aborrecer el mal porque es contra Dios; la paz viene por haber rechazado la tentación y luego por haber vencido, indicio inequívoco que el Espíritu de Dios reposa en ti, pues la carne no puede matar la carne.
En tal caso la conciencia aprueba tu trabajo y te sonríe, Dios hace brillar Su rostro sobre ti. Además es clara evidencia de tu interés por Cristo, tal como dice nuestro texto: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).
He aquí la senda recta para la paz verdadera: “Porque si vivís conforme a la carne, habéis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las prácticas de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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