sábado, 15 de enero de 2011

Meditación del 15 de enero

“Los sirios habían salido en incursiones y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la esposa de Naamán. Ella dijo a su señora: ¡Ojalá mi señor se presentase al profeta que está en Samaria! Pues él lo sanaría de su lepra” (2 Reyes 5:2-3).

Mira como la salvación vino a un gran hombre: aquella criada fue usada por Dios para traer no solo salud al cuerpo sino también salvación al alma de Naamán,  gran capitán del ejercito sirio.

Tu simple testimonio de la salvación que hay en Cristo puede ser usado por Dios para traer bien a muchas almas. 
El caso de la mujer samaritana sea un ejemplo a imitar, sea tu fe fortalecida y estimulada para creer, porque a veces Dios se agrada en usar débiles instrumentos para empezar una buena y gran obra. 
La instrucción dada por Jesús a la mujer samaritana sirvió para difundir el Evangelio en toda una ciudad. Es bueno hablar de Cristo y de las cosas de Dios, pero es mucho mejor hablar con el corazón o contar nuestra propia experiencia del arrepentimiento y la fe en Jesús. 
Están más capacitados para hacer el bien los que pueden decir lo que Dios ha hecho por sus almas: “Venid; oíd, todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho por mi vida... Ciertamente me escuchó Dios” (Salmo 66:16,19)
Eso es todo lo que tienes que hacer, contar el bien que Dios ha hecho por tu vida. Y mucho más ahora, que nos parece el tiempo de la visitación de Dios a tu tierra, ocúpate, pues, en salvar a otros. 
Hemos sabido de otras naciones y lugares donde el Evangelio no solo es poco predicado, sino también quienes predican ven pocos frutos de conversión, pero en nuestro país no es así, en Dominicana hemos visto por años muchas conversiones.

Que tu circunstancia sea fuerte estímulo para que te mantengas orando y esforzándote en testificar de la salvación que hay en Cristo. Que así como tú has sido salvo, el amor te lleve a querer también que otros sean salvos. 
Los pecadores no vendrán por sus propios pies a Dios, sino que somos mandados a buscarlos y traerlos como se hizo contigo. 
La sed o el simple interés de alguien por oír la Palabra de Dios, te de ánimo para salir a llevar las buenas nuevas de salvación: “He aquí os digo: ¡Alzad vuestros ojos y mirad los campos, que ya están blancos para la siega!” (Juan 4:35)
Más aun, quienes ganan almas para Cristo tendrán el reconocimiento de Dios en el día de gloria. Cuando una persona es traída a salvación, los santos se gozan y también los ángeles, pero mucho más Cristo: se deleita cuando ve la prueba y poder de Su muerte en los que ha ganado para Dios. También hay alegría en ti mismo al ganar un alma, mire como dice el apóstol: “Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, gozo o corona de orgullo delante del Señor Jesucristo en su venida? ¿Acaso no lo sois vosotros?” (1Tesalonicenses 2:19).

¿Estás deseoso de ir al cielo sin tener ninguna alma para presentar a Cristo ganada por ti? ¿Has pensado en lo que será entrar en la eternidad sin que haya nadie salvado por tu esfuerzo? 
Y si al oír esto ningún sentido de vergüenza o humillación se levanta en tu corazón que reprenda tu indiferencia o irresponsabilidad, entonces con toda solemnidad te exhorto a ir a la cruz de Cristo y que estudies nuevamente cuáles son tus responsabilidades.

Considera la historia de la mujer samaritana y ve que Dios está preparado para bendecir el humilde esfuerzo de Sus hijos: “Por tanto, 
id, y haced discípulos a todas las naciones. Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19).

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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