domingo, 2 de enero de 2011

LECCIONES DE SPURGEON SOBRE EVANGELISMO

Spurgeon ha sido descrito como el tipo de predicador que ocurre una vez cada 100 años, alguien en quien encontramos depositados todos los maravillosos dones útiles al ministerio. Más de cien años después de su muerte, su vida y labor permanecen como aliento y reto para los ministros del tercer milenio.
Cualquier análisis de su ministerio revela de inmediato a un hombre obsesionado con el evangelio. Desde su conversión hasta el día de su fallecimiento, Spurgeon mantuvo una fuerte carga por las almas. Era un fanático de ellas -en todos los sentidos correctos. Como pastor, tomó a pecho la exhortación apostólica de “hacer la obra de un evangelista.” Con diligencia trató de despertar sentimientos evangelísticos entre los de su iglesia y en predicadores colegas.
Este hecho confunde a algunos estudiosos de su biografía. Porque, unido a su fervor evangelístico (y debiéramos agregar, a pesar de reclamos modernos opuestos), nunca desmayó de su fuerte compromiso con las doctrinas de la gracia. Entendió claramente, creyó en lo personal y proclamó con poder el llamado “calvinismo.” Y no lo hizo por devoción al hombre o al sistema filosófico, sino porque estuvo convencido de que el cuerpo de verdades ondeado históricamente bajo tal bandera no era otra cosa que cristianismo bíblico. Fue este entendimiento lo que le permitió predicar a Cristo con sencillez y persuasión.
Algunos, en desacuerdo con la teología de Spurgeon pero que aprecian su evangelismo, tienen dificultades para reconciliar sus creencias con su práctica. Su razonamiento es más o menos así: “Sí, Spurgeon era calvinista, pero a pesar de ello era evangelista.” Tal análisis pierde el punto por completo. Sería más adecuado decir que “Por supuesto que Spurgeon fue calvinista, y por tanto era evangelista.” Su devoción provenía de su doctrina y su creencia daba dirección a su práctica.
Aquí es, quizás más que en cualquier otra cosa, donde el “Príncipe de los Predicadores” tiene mucho que enseñar a los bautistas modernos. En los últimos 25 años ha habido un retorno a la teología de Spurgeon en círculos bautistas. Esta renovación teológica crece de modo exponencial. Pero lo que no se ha visto es crecimiento mensurable según el evangelismo tipo Spurgeon. Y esto debiera alarmar a todos los que desean avivamiento real, bíblico, en nuestras iglesias.
Existe una generación de ministros bautistas que han crecido con un evangelismo modelado en los sistemas de ventas. Algunos manuales de evangelismo no son muy diferentes al libro de Donald Trump sobre “El Arte de Negociar” (The Art of the Deal). Esta clase de evangelismo ha quebrantado iglesias, llenado listas de miembros de personas inconversas, y confundido creyentes sobre la naturaleza del cristianismo real. Tal clase de evangelismo es mortal y debiera ser rechazado. Pero, como advirtió Jesús, cuando un espíritu malo abandona a un hombre, si no es reemplazado [con la verdad], regresará y traerá consigo “siete espíritus más malvados que el primero... y el postrer estado del hombre será peor que al principio” (Mateo 12:45).
Es indispensable reemplazar el falso evangelismo con la verdad. Spurgeon puntualiza el camino en términos de deseos y actitudes internas. El era Calvinista con “C” mayúscula, así como Bautista, pero su CRISTIANISMO era todo en mayúsculas. En una charla dirigida a estudiantes del Colegio Pastoral reconocía la necesidad de ayudar a que los Arminianos tomaran nota de la salvación por gracia. “Pero -decía- nuestro gran objetivo no es la revisión de opiniones sino regeneración de la naturaleza. Hemos de traer hombres a Cristo, no a nuestra peculiar visión del Cristianismo... hacer prosélitos era labor propia de fariseos, dirigir hombres a Dios es el honorable propósito de un ministro de Cristo.”
Es casi imposible encontrar un sermón impreso de Spurgeon donde no exista alguna clase de llamado al incrédulo; llenos de clamores, argumentos, advertencias, instrucciones a pecadores, llamando e invitándoles a Cristo. La actitud de Spurgeon se refleja en el retrato de un verdadero ministro que hiciera Bunyan en el Progreso del Peregrino y que el mismo Spurgeon predicara. Argumenta que no solo cierta clase de predicadores pueden ser ganadores de almas. Más bien todo predicador debiera laborar duramente para ver salvos a sus oyentes, escuchemos:
“John Bunyan nos hace el retrato del hombre que Dios quiere convertir en guía hacia el Cielo. ¿Se han dado cuenta de lo hermoso de ese retrato? Tiene corona de vida sobre su cabeza, la tierra debajo de sus pies, permanece llamando a los hombres, con el mejor de todos los libros en su mano. ¡Oh! Cómo quisiera ser, por un momento, como ese predicador, que pudiera rogar a los hombres como describe Bunyan. Somos embajadores de Cristo y se nos ha dicho que como embajadores hemos de procurar a los hombres como si Dios lo hiciera por medio de nosotros. ¡Amo ver a un predicador que llora! ¡Amo ver al hombre que puede llorar por pecadores, cuya alma anhela a los incrédulos como si él pudiera por cualquier medio y por todo medio traerlos al Señor Jesucristo! No entiendo al hombre que se levanta y entrega un discurso de modo frío e indiferente, como si no le importara el alma de sus oyentes.”
Pienso que el verdadero ministro del evangelio tendrá anhelo real de las almas, como Raquel cuando clamó a Dios ‘dame hijos, o moriré’. Este hombre clamará a Dios para que haga renacer a sus elegidos y traerlos a El. Y, pienso yo, cada verdadero cristiano debiera ser anhelante en exceso en orar por las almas de incrédulos. ¡Cuán abundantes bendiciones reciben cuando obran así, y cuánto prospera la iglesia! Pero, amados, las almas son condenadas y cuán pocos de ustedes se preocupan por ellas. Los pecadores se hunden en golfos de perdición y cuán pocas lágrimas se vierten por ellos. El mundo entero pudiera ser barrido al precipicio por el torrente y cuán pocos realmente lloran a Dios por ello. ¡Cuán pocos dicen ‘oh que mi cabeza fuera agua y mis ojos fuente de lágrimas que pudiera llorar día y noche por la muerte de la hija de i pueblo!’  No lamentamos delante de Dios la pérdida de almas, algo que como buenos cristianos debiéramos hacer.”
“De toda congregación debiera elevarse una amargo llanto hacia Dios, hasta que ocurran conversiones continuamente. Si nuestra predicación nunca salva un alma, y no parece llegar a hacerlo, ¿no debiéramos más bien glorificar a Dios como campesinos o como vendedores? ¿Qué honor podrá recibir el Señor de ministros inútiles? El Espíritu Santo no está con nosotros, no somos de uso para Dios en sus propósitos de gracia a menos que las almas sean despertadas a vida eterna. Hermanos, ¿podemos consentir en ser inútiles? ¿Podemos ser estériles y estar contentos?”
Para Spurgeon, tal pasión fue inquebrantable. Correctamente, vió que estaba en juego la gloria de Dios.
“Una vez más, si hemos de ser arrebatados en el poder del Señor, debiéramos sentir intenso anhelo por la gloria de Dios y la salvación de los hijos de los hombres. E incluso cuando seamos exitosos, hemos de anhelar mayor éxito. Si Dios nos ha dado muchas almas, busquemos desfallecer por miles. Satisfacción con resultados equivale al toque de difunto del progreso. Ningún hombre bueno deja de pensar que podría ser mejor. Carece de santidad quien piensa que es suficientemente útil.”
Esta pasión consumidora determinará cómo predica un hombre. Por una parte le obligará a trabajar duro para que su lenguaje sea sencillo. “Digamos a nosotros mismos ‘no, no usaré tal palabra pues aquella pobre mujer en el pasillo podría no entenderme’, ‘no enfatizaré mucho aquella recóndita dificultad pues alguna débil alma podría tropezar y quizás no se consuele con mi explicación... si amamos mejor a los hombres, amaremos menos las frases.”
Por otra parte, el objetivo de ganar almas para Cristo mediante la predicación provocará que el ministro labore duro en ser interesante. “¿Cómo, en nombre de la razón, podrán convertir almas sermones que ponen a dormir la gente?” El humor tiene papel legítimo en la predicación. Spurgeon razonaba que “resulta un crimen menor poner la gente a reír que media hora de profundas dormitadas.” 
Fue tan fuerte en sus comentarios que es fácil malinterpretarlo. 
No argumenta que el predicador es responsable del éxito evangelístico de su ministerio, de lo que sí es responsable es sobre su fidelidad a la tarea evangelística. 
Dios en Su soberanía salvará a los suyos cuándo y cómo El desee. Spurgeon nunca dudó de ello. Pero lo que Spurgeon rehusa dejarnos olvidar es que en el corazón de un ministerio fiel haya pasión por las almas de hombres y mujeres. “Si los pecadores serán condenados, que al menos salten al infierno por encima de nuestros cuerpos. Y si perecen, que perezcan con nuestros brazos alrededor de sus rodillas, implorándoles. Si el infierno ha de llenarse, que se llene con los dientes de nuestros esfuerzos, que nadie llegue ahí sin haber sido advertido, sin haberse orado por él.”
Si nuestra doctrina no causa devoción, luego entonces está seriamente equivocada. No hemos terminado la tarea sino hasta que mente, corazón y manos estén de acuerdo. Tal integración santificada de nuestra personalidad será perfecta cuando veamos a nuestro Señor cara a cara. Pero hemos de dirigirnos a ese fin aquí y ahora.
Habiendo recibido el evangelio, evangelicemos. Mientras más claramente entendamos lo primero, más apasionadamente debiéramos entregarnos a lo segundo.
Tom Ascol.

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