“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26).
El Señor había declarado sobre Sus sufrimientos, y Pedro, hablando a nombre del grupo, reacciona ofendido, luego de cavilar un rato da un consejo a Jesús: “Pedro le tomó aparte y comenzó a reprenderle diciendo: Señor, ten compasión de ti mismo. ¡Jamás te suceda esto!” (Mateo 16:22). Pedro habló de manera inocente y respetuosa al Señor, no obstante estaba siendo usado por el diablo, de modo que siempre será un asunto de mucha sabiduría ser conocedor de las artimañas de Satanás.
El mismo diablo que instigó a los sumos sacerdotes y al pueblo a crucificar a Cristo, helo aquí usando a Pedro para que disuadiera el Señor y no se crucificara. Cuando Cristo estaba sobre la cruz el Maligno jugó el mismo juego con otros instrumentos: “Tú que derribas el templo y en tres días lo edificas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y desciende de la cruz!” (Mateo 27:40).
Satanás arrecia tentaciones cuando los santos se emplean para negarse a ellos mismo en busca de agradar a Dios, como si esto encendiera su envidia y arremete contra los creyentes.
El diablo había tentado a Cristo, pero no pudo nada, ahora emplea a Pedro con el mismo fin. La respuesta del Señor fue: “Entonces el volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mi, Satanás! Me eres tropiezo, porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).
Mire lo débil de nuestras bondades, tan solo hace un rato que a Simón se le cambió el nombre por Pedro, y aquí de Pedro a Satanás. Esto nos enseña que mientras somos dirigidos por la gracia de Dios hacemos lo correcto, pero tan pronto nos alejamos de ella venimos a ser peores que otros hombres, un Satanás cualquiera. Necesitamos velar continuamente.
Queriendo hacer el bien, actuando sinceramente, caemos con facilidad en pecado y merecemos fuerte reproche.
En esta misma ocasión Cristo declara, no solo a los apóstoles sino a todos quienes le invoquen como Señor y Salvador, que deben también ser conforme a Su mente y voluntad: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24).
Observe el sentido general de la declaración, “si alguno”, esto es, si alguien quiere salvar su alma.
Los que aspiran ser de Cristo no solo deben abandonar lo fácil y resignar su propia voluntad, sino abandonar sus propias vidas cuando entren en oposición con la gloria de Dios. El Señor apela a la razón humana y a las más altas facultades del alma, nótese lo razonable de su argumento: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
Consulta nuestra lógica racional abriendo una pregunta que puede ser fácilmente contestada por cada quien, y así demos una fuerte razón a la mente para que escoja a Cristo y entregarlo todo en Sus manos, porque con El estará mejor guardado que con uno mismo.
Cuando oímos hablar del alma nos suena como algo distante y alejado de nuestra realidad. Cristo emplea un sinónimo que ayude a nuestro entendimiento, la vida: “Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa de mí la hallará” (Mateo 16:25). Salvar el alma es lo mismo que guardar y proteger la vida. Es muy mal negocio ganarlo todo y perder la vida.
El texto nos habla de una balanza con un par de escalas. A un lado se pesa todo el mundo, lo cual se resume en otro lugar con estas palabras: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida, no proviene del Padre sino del mundo” (1Juan 2:16).
La idea es la siguiente: Toma todo lo que puedas conseguir del mundo y pon en un extremo de la balanza para medir su precio. Al otro extremo coloca tu propia vida.
Ahora, escoge.
Seguro que nadie escogería el mundo para que luego le quiten la vida; tal es la apelación que aquí Cristo nos hace.
Algo más, Dios ha puesto las cosas para que todos sin excepción deban escoger, no hay posibilidad de no hacerlo. Tomar uno es rechazar el otro, rechazar el otro es escoger el uno.
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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