"Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Juan 4:24).
Examina con diligencia la manera de tu adoración.
Hay épocas donde el examen es más necesario que en otras; el examen médico es mandatorio cuando oímos de plagas o tiempos donde abunden enfermedades. Y en estos tiempos, donde vemos que cada día son más claras las señales sobre el fin del mundo, más debemos empeñarnos en examinar nuestra devoción a Dios. Como lo dice el apóstol: "También debes saber esto: que en los últimos días se presentarán tiempos difíciles. Porque habrá hombres amantes de sí mismos y del dinero. Tendrán apariencia de piedad, pero negarán su eficacia. A éstos evita" (2Timoteo 3:1,5).
¿Estoy yo entre esos que describe el texto? ¿Está mi corazón dormido cuando Cristo me toca la puerta? ¿Peleo contra las influencias del Espíritu de Dios en mi alma? ¿Me esfuerzo en agradar a Dios o en agradar más la carne? ¿Soy yo un verdadero creyente o un simple formalista religioso? ¿Tengo el fruto del Espíritu o tan solo me gusta oír verdades, sin estar dispuesto a pagar el precio de amarlas?
Después que hagas esas preguntas en lo íntimo de tu corazón, te invito a aplicar el remedio divino: "Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová" (Salmo 27:8).
Cuando oigas la voz de Dios, no cierre tus oídos ni te hagas el indiferente, sino que con diligencia levántate a oír y con el firme propósito de obedecer.
Ahora bien, por el testimonio de David uno entiende que para comprometerse a alabar a Dios en adoración, primero afirmaba su espíritu: "Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto" (Salmo 57:7).
Por débil que sea tu adoración, si nace de un principio de gracia será acepta delante de Dios.
Mira la ternura de Cristo con Sus apóstoles: "Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos" (Lucas 10:20). Las palabras de nuestro Salvador encierran cierto grado de reprensión por la presencia de gozo carnal en el servicio a Dios, sin embargo no rechazó lo que habían hecho en obediencia a Su mandato.
La debilidad en tu adoración viene de dos fuentes venenosas: La corrupción natural -tu pecado remanente, y la envidia de Satanás.
El diablo no puede ver que tengas comunión con Dios sin tener envidia de ti. Se esforzará en acusarte delante del Señor, traer turbación sobre ti para que no puedas adorar tranquilamente.
Desde el Edén envidia a los hijos de Dios. La envidia lo llevó contra Job: "Aconteció cierto día que vinieron los hijos de Dios para presentarse ante Jehová, y entre ellos vino también Satanás. Y Jehová pregunto a Satanás: ¿De donde vienes? Satanás respondió a Jehová diciendo: De recorrer la tierra y de andar por ella. Y Jehová pregunto a Satanás: ¿No te has fijado en mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra: un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Y Satanás respondió a Jehová diciendo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:6).
El diablo no quiere que Dios tenga el honor de la adoración, tampoco quiere que el hombre reciba los frutos de su Señor y Creador. Por tanto, y aunque veas o sientas que tu adoración a Dios sea débil, anímate, consuélate con estas palabras, y no dejes de cumplir de todo corazón con tu deber.
Recuerda: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren".
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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