lunes, 24 de enero de 2011

Meditación del 24 de enero

“Vino a el un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio” (Marcos 1:40).

La lepra es una enfermedad de la piel, pero para el judío era algo más, lepra era signo de inmundicia si era encontrada en alguno. El enfermo no era enviado a los médicos, se ponía bajo la inspección del sacerdote pues el asunto tenía  connotación religiosa (Levítico 13:2-3).

La lepra era un tipo de la enfermedad del alma, el pecado, pues el individuo era declarado inmundo, se consideraba como indicativo del disgusto particular de Dios sobre la persona que cayera. 
Dios mismo castigaba con lepra o perdonaba y limpiaba: "Cuando la nube se apartó de encima del tabernáculo, he aquí que María quedó leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María, y he aquí que estaba leprosa" (Números 12:10)

La honra de limpiar la lepra estuvo reservada para Cristo, nuestro Gran Sumo sacerdote. En el verso, este hombre leproso tomó el camino correcto, ir al Señor buscando curación pues Cristo es el Único que puede limpiarnos de la inmundicia del pecado. Debemos ver primero nuestra lepra para luego acercarnos, cuando vemos nuestra lepra espiritual estamos empezando a ser humildes.

"Vino rogándole, e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme" (v40). Todos los que esperan recibir favores del cielo, deben reconocer la honra y la gloria que pertenece al Hijo de Dios. Aproximarse a Cristo con humildad y reverencia como el leproso, este hombre creyó y atribuyó a Cristo el poder para sanarle,  su humilde actitud se deja ver en que no exigió ni demandó sino que rogó. Como si dijera: "Yo sé que tienes el poder de sanarme, y si te place hacerlo, si tú quieres, de seguro será hecho". 
Todo lo que necesitamos es creer, y la fe producirá en nosotros la actitud, la manera y las palabras adecuadas para pedir y recibir todo lo que necesitamos para el bien del alma, porque la fe obra en luz. 
La humildad comienza reconociendo en Dios todo el poder, y aplicarla es actuar de acuerdo a eso creído. Así seria humildad en palabras y obras, porque este hombre creyó en el poder de Cristo y aplicó su conocimiento a la necesidad particular de su propio caso, la lepra. 
Humildad es echarse espiritualmente a los pies de Cristo y esperar que nos levante. Cristo no tenía apariencia atractiva sino más bien humilde, pero el leproso no actuó por lo que vieron sus ojos sino que creyó en Cristo como enviado de Dios, se apoyó en la bondad del Señor: "Si quieres, puedes limpiarme".

Hagamos lo mismo en el sentido de nuestra lepra espiritual: buscar al Señor Jesús, preguntar por él y luego apoyarnos en él, como nuestro Médico. 
Solo  Cristo puede sanar las enfermedades del cuerpo y sobre todo del alma. Humillarnos ante Dios como este leproso, viendo al señor -humillados con el rostro a tierra- con el ferviente deseo de ser limpiados. Acogernos a su tierna compasión. 
El leproso oyó a Cristo, pero no había tenido la dicha de saborearlo, había visto la miel pero no había gustado de ella, y ahora, atraído por el dulce olor del conocimiento de Dios, viene a rogar que se le permita gustar de esa miel, la cual es Cristo, como si dijera: Si tú quieres, dame de tu bondad.

El olor de la misericordia de Cristo es algo tan sumamente agradable que nos empuja a buscarlo hasta que lo encontremos, como dice David: "Vengan a mí tus misericordias, para que viva" (Salmo 119:77).
 

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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