Parte I
La suma de la vida cristiana - negación de nosotros mismos
El principio de autonegación en nuestras relaciones con los demás.
El principio de autonegación en nuestra relación con otros
(5) Autonegación conduce a ser ayuda para nuestro prójimo
¡Qué difícil resulta ejecutar la labor de buscar lo bueno en nuestro prójimo! (Mateo 12:33; Lucas 10:29-36). A menos que dejemos fuera todo pensamiento de nosotros mismos, de algún modo dejar de ser nosotros mismos, será imposible.
¿Cómo exhibir las obras de amor que Pablo describe a menos que renunciemos a nosotros mismos y nos dediquemos a otros por entero?
“El amor es sufrido, es amable, no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor”, etc. (1Corintios 13:4-5).
Si el único requisito necesario fuera no buscar lo nuestro, nuestra naturaleza no tendría ningún poder para lograrlo: nos inclina de tal modo a amarnos a nosotros mismos que no nos permitirá pasar por encima de lo nuestro para cuidar lo de otros, ¿abandonar mi derecho y sujetarlo a otros?
Pero la Escritura nos recuerda que cualquier cosa que obtengamos del Señor nos ha sido concedida bajo la condición de emplearla para el bien común de la iglesia.
Luego entonces, el uso legítimo de todos nuestros dones es la dispensación amable y liberal a otros. No hay regla o exhortación mayor que la observancia de ello cuando se nos enseña que todos los bienes que tengamos son depósitos hechos por Dios con el propósito de hacer bien a nuestro prójimo (1Pedro 4:10).
La Escritura va más allá cuando compara esos depósitos con las diferentes partes del cuerpo (1Corintios 12:12). Ningún miembro tiene función para sí mismo o de aplicación para uso privado sino que transfiere a todos los demás. Ni tampoco obtiene alguna ventaja particular sino de acuerdo al conjunto del cuerpo total.
Cualquier cosa que realice alguien piadoso lo hará para sus hermanos, no consultando su propio interés sino siendo diligente laborando para la edificación común de la iglesia.
Que éste sea nuestro método para mostrar gentileza y buena voluntad: considerar cada cosa que Dios nos ha concedido como ayuda a nuestro prójimo. Somos administradores de Dios y daremos cuenta de nuestra mayordomía. De hecho, el único modo correcto de administración es aquél regulado por el amor. No solamente uniremos el estudio de nuestro bien al prójimo respecto al nuestro sino que subordinaremos el segundo al primero.
Y si hemos omitido percibir que esta es la ley para administrar debidamente cada regalo recibido de Dios, recordemos que El mismo aplica dicha ley hasta en la más mínima expresión de Su gentileza. El mandó que los primeros frutos -las primicias- fuesen ofrecidas como señal al y por el pueblo de que era impiedad cosechar cualquier beneficio de bienes que no estuviesen consagrados a El (Exodo 22:29; 23:19).
Si los regalos de Dios no son santos sino hasta que con nuestras manos los dedicamos al Dador, será abuso grosero no dar muestras de tal dedicación. Es vano contender que nuestras ofrendas no hacen rico a Dios.
Si -como el salmista- decimos “Tú eres mi Señor, no hay para mí bien fuera de ti”, también podemos extenderlo a “para los santos que están en la tierra” (Salmo 16:2-3). Puede hacerse comparación entre lo ofrecido como sacrificio en adoración (oblaciones) y lo ofrecido voluntariamente a los pobres (limosnas) como correspondientes a las ofrendas bajo la Ley (Hebreos 13:16).
Calvin’s Institutes of the Christian Religion, Book Three, Chapters VII-VIII.
2009 Chapel Library; Pensacola, Fl.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario