"Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra" (2 Tesalonicenses 2:16-17).
En el cristianismo las aflicciones son santificadas: cuando sufrimos por Cristo, Dios luego nos trae dulces consuelos. En el incrédulo sucede al contrario, nunca podrá disfrutar de esta bendición, sus sufrimientos no producen ningún buen fruto, sino dolor, remordimiento y aborrecimiento hacia las criaturas.
“Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad. Con este fin os llamó Dios por medio de nuestro evangelio para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos, estad firmes y retened las doctrinas en que habéis sido enseñados, sea por palabra o por carta nuestra” (v.13-15). Y a continuación leemos: "Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra." (v.16-17).
Vemos dos cosas, por un lado lo que tenemos: "Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre", y por el otro, lo que tendremos por nuestra obediencia en gracia: "consolación eterna y buena esperanza por gracia." Anteriormente los había consolado, ahora vuelve y consuela al decirles que su oración y deseo es que Dios y Cristo les hagan conocer las dulzuras que hay en el evangelio.
Pero llama nuestra atención que consuelo y confirmación van unidos: "Conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra" (v.17). Esto es, que el consuelo es un medio de establecernos en el camino de la fe, que estimula mucho la obediencia.
El gozo de la religión es como un hilo de plata invisible que nos ata a la obediencia de la verdad. ¿Por qué el apóstol, luego que les ha consolado, desea que Dios los consuele aun más? Alguien ha respondido que es ciertamente los consoló, pero quien aplica consolación al alma no son nuestras palabras sino Dios, de ahí su deseo de que Dios los consuele.
¿Qué es el consuelo? ¿Cómo saber cuando estoy siendo consolado, sobre todo en medio de dolor o aflicción? Consuelo al corazón, es como el agua fresca a la lengua sedienta.
Cuando tenemos sed bebemos agua porque es parte de nuestro sostén para poder seguir adelante. De manera semejante obra el consuelo sobre el alma. No olvidemos esto, hay consuelo para el cuerpo y también para el alma, y estamos considerando del alma.
Esta definición puede obtenerse del contexto que vivía la iglesia en Tesalónica, grandes tribulaciones a causa de la persecución desatada en su contra (2Tesalonicenses 1:4). He aquí siendo consolados por el apóstol, y es evidente que las palabras de Pablo no iban a terminar sus pruebas, pero sí les ayudarían a soportar y no desfallecer.
Consuelo es el sostén de mente para cuando se está en peligro de ser debilitado por el miedo y adversidades. Fortalece el corazón en medio de problemas, como dice el salmista: "Tu palabra es mi consuelo en mi aflicción, porque ella me ha vivificado" (Salmo 119:50). La gran necesidad de consuelo es precisamente en nuestras aflicciones.
Habiendo dicho esto, veamos que el concepto y la palabra "consuelo" aparecen tres veces; primero en las palabras (v,13-14), y luego literal dos veces en los (v.16-17).
¿Por qué es tan importante el consuelo en la vida cristiana?
Por el nombre de la calle que nos lleva al cielo: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hechos14:22).
Por el nombre de la calle que nos lleva al cielo: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hechos14:22).
No hay manera de transitar con éxito la calle "Tribulación Cristiana" a menos que nuestros corazones estén sostenidos o consolados por la Palabra de Dios. Necesitamos mucho consuelo para que el mal no sea mayor que nuestro sustento, porque si la enfermedad es superior que el mecanismo de defensa del cuerpo, entonces la enfermedad terminará venciendo y morimos.
Dios mismo manda a este deber para luego bendecirnos, pues dice: "Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás" (Salmo 50:15).
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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