jueves, 27 de enero de 2011

Meditación del 27 de enero

"Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos." (Isaías 53:10).

De este verso se infiere la extrema maldad del pecado.
No es asunto fácil reconciliar pecadores con Dios: costó a Cristo un mar de dolores y aflicciones, el terrible peso de la ira del Creador con todas sus fuerzas sobre El. 

Somos excesivamente descuidados con la salvación de nuestras almas. 
Para Cristo fue algo muy difícil, duro y doloroso, salvarnos de la culpa, dominio y castigo del pecado y llevarnos a tener comunión con Dios. 
Aquellos que pecan con facilidad en sus pensamientos y obras, tienen un bajo concepto del valor del sacrificio de Jesucristo: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Hebreos 12:29). 
Cuando alguien tiene como cosa ligera pecar, está diciendo con sus hechos que pertenece a este grupo de corazones duros y malos. 
¿A dónde perteneces?

También aprendemos lo terrible que es la ira de Dios. 
Cristo sabía de antemano todo lo que ocurriría: anula el efecto sorpresa y disminuye el dolor. Sin embargo murió con muchas aflicciones del alma y abundancia de dolores; tenía el poder de Su pureza y todas las gracias, la culpa de conciencia no podía debilitarle porque no tenía culpa de nada. Cristo fue Dios-Hombre, pero tú no, tú eres una débil criatura. Lloremos sin cesar por aquellos que no conocen la gracia de Dios y serán visitados con la ira del Todopoderoso en la hora de su muerte, el Señor les hará conocer lo terrible que es pecar contra El.

Aprendemos la grandeza de la obligación que tenemos con Cristo. 
El fue molido en nuestro lugar. La justicia divina le decretó así: Hijo, debes tomar un cuerpo de hombre y sufrir. La sangre humana debe mancharte, serás formado como uno de ellos, sufrir, ser tentado, ser desamparado por Dios Padre, y soportar mi ira; y he aquí su respuesta: "Entonces dije: He aquí que vengo oh Dios, para hacer tu voluntad."(Hebreos 10:7).
¡Oh cuán amante Salvador es el Señor Jesucristo!

De manera que cualquier queja, murmuración o impaciencia bajo la cruz que nos haya puesto el Señor, es signo de que no tenemos el debido sentido de los sufrimientos de Cristo, que valoramos y amamos muy poco lo que El padeció en nuestro lugar. ¡Dios nos ayude!

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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