domingo, 2 de enero de 2011

Meditación del 2 de enero

"Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón..." (Eclesiastés 7:2-4).

El hombre sabio -instruido por su experiencia en fe- nos dice: Que las adversidades son una necesaria y misericordiosa manera que el cielo emplea para recuperar los pecadores corrompidos por la prosperidad y retornarlos a Dios.

Los sentidos tienen como fin principal la preservación del cuerpo pero no siempre juzgan adecuadamente, y en lugar de hacer el bien, en ocasiones engañan al individuo y llega el mal. Otras veces introducen bien al alma, pero como ello disgusta a la carne, el bien es rechazado y somos dañados. 
Difícilmente un niño juzgará como beneficiosa la amarga medicina que curaría su enfermedad.

Si gusto y olfato están incapacitados para siempre juzgar con precisión lo que es saludable o perjudicial al cuerpo, mucho mas están los sentidos incapacitados para saber lo que es útil al alma. 
En materia de vida o muerte nunca debiéramos consultar los sentidos. La razón humana estaría siendo anulada y la falacia de los sentidos entronada cuando la persona estima la prosperidad como su mayor felicidad, y la aflicción es aborrecida como la peor calamidad: "Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón...". 
La prosperidad estimula y fortifica las pasiones sensuales, las cuales son como veneno para el alma. La prosperidad desvía la mente de considerar las cosas que pertenecen a nuestra paz eterna. Los pensamientos son dejados en la superficialidad, entiéndase en solo ver los beneficios presentes de la abundancia pero no ver las consecuencias o el disgusto de Dios que ocasionan.

Ahora bien, en esto la medicina natural y la espiritual están de acuerdo, que un extremo es curado por el otro. El Malo destruye engañosamente las almas de los hombres con los placeres del pecado, y Dios los sana con el amargo de las aflicciones, el remedio más eficaz para curarlos. 
La aflicción tiene el bendito efecto de volver al hombre sobre sí mismo y cerrar sus oídos a los mágicos sonidos del mundo. Entonces la verdad y la conciencia, que estuvieron amordazadas, son libradas y alzan sus voces de modo que el individuo no puede dejar de oír el terrible sonido de la culpa del pecado y la locura en que había caído. 

Aun el más duro de los corazones no puede dejar de oír la conciencia cuando habla. Hay un ejemplo bíblico que ilustra esta verdad de manera muy clara: Balaam; empujado por codicia o amor a la prosperidad terrenal. 
Este hombre se colocó en contra del mandato de Dios y el Señor, quien para refrenar su locura hizo que una burra le hablara, pero la codicia del hombre era tan grande que no oyó y se puso a discutir con el animal: "Y viendo el asna el ángel de Jehová, se echó debajo de Balaam..." (Números 22:27-34). Luego le vemos haciendo declaraciones que solo una conciencia sensible puede hacer: "Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya" (Números 23:10)
Esto es, que no hay un hombre tan malo en extremo, tan animal, tan bruto, que no tenga un momento de cordura en el cual no desee la salvación de su alma, aun Balaam la deseó.

Pero el proceso completo puede ser visto con mayor claridad en el hijo pródigo (Lucas 15:14-20), donde notamos sus diferentes etapas: aflicción, (vs.14-16); despertar de la conciencia (v.17); resolución de volver a Dios (vs.18-20). 
Las aflicciones son misericordia de Dios para traernos a salvación porque tienen la virtud de desvanecer los oropeles de la vanidad de este mundo. Es como si un hombre comienza a encontrar que su esposa ya no le agrada, porque ha descubierto una joven rubia, hermosa y de atractiva apariencia, pero cuando se entera que esa rubia tiene SIDA, la desgracia de ella lo apartará de la posible infidelidad. 
Las adversidades nos hacen ver el mal del pecado y lo inútil de buscar la verdadera felicidad en este mundo, enfría el amor a la prosperidad terrenal, nos hace pensar, considerar, que la apariencia agradable de las cosas no es suficiente para llamarlas un bien real, como dice el refrán: No todo lo que brilla es oro.

Ahora, si consideramos las aflicciones con el buen propósito que tienen, entonces podemos armonizarlas con nuestra voluntad y nos persuadirán con paciencia y gratitud a aceptarlas como testimonio del favor peculiar de Dios. Como declara nuestro Salvador: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete" (
Apocalipsis 3:19). Por el contrario, es signo de un desprecio total de Dios no ser cruzados con adversidad: "Y saciaré mi ira sobre ti, y se apartará de ti mi celo, y descansaré y no me enojaré más" (Ezequiel 16:42).
A veces hay un final divorcio del Señor y deja los hombres a su propia idolatría, los deja sin corrección.
 
Después de esto es mucho más clara y entendible la paradójica declaración de Pablo: "Nos gloriamos en las tribulaciones".

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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