jueves, 6 de enero de 2011

Calvino y la autonegación.4

Parte I
La suma de la vida cristiana - negación de nosotros mismos
La filosofía cristiana de la no pertenencia al mundo y la autonegación: no somos nuestros, sino de Dios.

(3) 
  1. Renunciación al yo de acuerdo a Tito 2
Pablo ofrece una breve pero distintiva nota de las partes que componen una vida bien ordenada: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dió a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14). 
Luego de enarbolar la gracia de Dios para animarnos y preparar el camino a Su verdadera adoración, Pablo derriba los dos grandes obstáculos del camino: impiedad, a la cual nos entregamos por naturaleza, y deseos mundanos, de mucha mayor extensión.
Bajo el término impiedad incluye no solamente superstición sino toda variación del verdadero temor a Dios. Deseos mundanos equivalen a los deseos de la carne (1Juan 2:16; Efesios 2:3; 2Pedro2:18; Gálatas 5:16). Pablo toma las dos tablas de la Ley y nos exhorta a abandonar el viejo yo, nuestra vieja mente, y renunciar a todo dictado de nuestra razón y voluntad. Luego reduce todas las acciones de la vida a tres ramas: sobriedad, rectitud y santidad.
Sobriedad implicando tanto castidad y temperancia como el uso puro y frugal de bienes temporales así como soportar con paciencia su carencia.
Rectitud comprendiendo todos los deberes de equidad, a cada quien lo suyo (Romanos 13:7).
Santidad, lo que nos separa de las contaminaciones del mundo y nos une a Dios.
Las tres ramas, unidas por una cadena indisoluble, constituyen completa perfección.


Pero nada es más difícil que decir adiós a los deseos de la carne, subyugar -no, abjurar, rechazar por completo- nuestros propios deseos, entregarnos por entero a Dios y a nuestros hermanos y vivir de modo angélico en medio de las contaminaciones del mundo.
Para liberar la mente de enredos, Pablo nos recuerda la esperanza de bendita inmortalidad y nos urge a contender (1Tesalonicenses 3:5). Porque Cristo volverá y completará la salvación que hemos obtenido en El, así como una vez vino como Redentor nuestro.
Pablo retira todo aquello que podría nublar el camino o nos impida aspirar como debiéramos a la gloria celestial. No -nos dice-, ¡somos peregrinos en este mundo! No sea que fallemos en obtener herencia en los cielos.
Calvin’s Institutes of the Christian Religion, Book Three, Chapters VII-VIII.
2009 Chapel Library; Pensacola, Fl.

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