jueves, 13 de enero de 2011

Meditación del 13 de enero

"Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos" (Romanos 8:24-25).

El apóstol viene argumentando al creyente que hay un día de libertad gloriosa para los hijos de Dios (v.18-22), ahora agrega lenguaje más fuerte con el fin de no ser mal interpretado y apagar cualquier temor que pudiera presentarse con esta declaración: "Porque en esperanza fuimos salvos" (v.25). Luego de afirmarlo procede a una tierna exhortación, a que esperemos con certeza y paciencia esa total realización.

Como si les dijera: Sabemos que la felicidad tiene dos aspectos, un primer que es expectación o esperar, y otro que es posesión. Así que la felicidad de los c
ristianos no es solo posesión presente, sino futura.
Todos nuestro tratos con Dios deben estar basados en un trato de confianza, y es este reconocimiento una de las gracias principales en la vida cristiana, que en cualquier providencia del Señor para nosotros hagamos una buena construcción, confiemos siempre en que Dios es bueno y se deleita en nuestro bien, aun cuando nuestros ojos y experiencia parezcan decirnos otra cosa. 
Tal fue el corazón de Job en medio de las amarguras de sus aflicciones: "Aunque Dios me matare, en él esperaré" (Job 13:15). 
Los que aman a Dios no piensan mal de El, ni desconfían.

Notemos que el apóstol habla como si se adelantara a cualquier pregunta imaginaria de sus lectores: "Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?" (v.24). Esto es, que la mayor felicidad que pueda haber en los cielos o en la tierra pertenece por la gracia de Cristo a los hijos de Dios, pero la posesión de ella requiere total confianza en la fidelidad del Salvador.
La salvación de cada uno comenzó cuando por la misericordia del Señor nos convertimos de las tinieblas a la luz, pero esta salvación no es completa sino hasta que cuerpo y alma sean glorificados, el día que Cristo regrese en gloria eterna. Entonces seremos librados de todo mal y entraremos a poseer la felicidad suprema o la gloria eterna que aguardamos. 
El apóstol Pablo prueba esta verdad con dos argumentos; por un lado, cuando nos habla del estado presente de los cristianos: "Porque en esperanza fuimos salvos", y por otro lado al considerar lo que es la esperanza: "Pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?" (v.24).

Todos y cada uno de los creyentes somos salvos, completamente salvos, pero en esperanza. El creyente tiene completa salvación, no en posesión, sino en diligente expectación. Tal es la esencia de las palabras de Pablo en el pasaje. Nos dice el por qué seremos aceptos en el día final, porque somos salvos ahora (nótese que el no dice que seremos salvos, sino que ya lo somos): “Porque en esperanza fuimos salvos" (v.24)
Un verdadero cristiano está a la segura espera del cumplimiento de las promesas de Dios en la salvación.

La riqueza de un c
ristiano no reside en las cosas visibles sino en las invisibles. En este mundo hay muchas cosas buenas y agradables, pero será siempre la sabiduría del creyente saber y actuar sobre la realidad de que su felicidad no está en el bien presente, sino en el futuro. Los bienes presentes deben ser siempre usados como medios o instrumentos que nos ayuden acercarnos más a la vida eterna.

Por eso todos nuestros disfrutes presentes debieran ser con cierto temor, de que no nos alegremos más en ellos que lo que debiéramos gozarnos en lo  esperado de Dios en el otro mundo. Más aun, ningún hombre podrá ser llamado un verdadero cristiano a menos que piense de manera diferente a como lo hace el mundo.

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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