Premisa fundamental de la Reforma, entender la Cruz es entender primero la significancia de Cristo para entonces comprender el propósito total de la revelación. Cristo, y la Cruz, se hallan en el centro de la revelación moral de la voluntad divina y de su provisión para salvación del alma. Colocarse bajo la Cruz es colocarse en el lugar donde más brilla el carácter de Dios y donde la solución al problema del pecado resuena en todos los tiempos.
Ahora bien, es muy duro mantenerse ahí. El precio de admisión es la humillación de nuestro orgullo –intelectual, moral y religioso. Porque mantenerse ahí es arrepentirnos de la tendencia que todos tenemos a elevar como normas universales nuestros propios estándares de lo que es bueno o es malo, de lo que es correcto o incorrecto, y colocar y aceptar los juicios de Dios.
Mantenerse ahí es arrepentirnos de nuestra confianza en la inocencia del Yo, la base de nuestra autojusticia, y reconocer la corrupción de nuestro –mi- propio Yo.
Mantenerse ahí es desplazar nuestro ser del centro del universo que habitamos y elevar a Cristo en ese sitial de honor.
Mantenerse ahí es ver nuestra crónica autoabsorción como lo que es: el crónico enamoramiento de nosotros mismos.
Mantenerse ahí es aceptar la soberana evaluación de Dios sobre nuestra vida caída, en lugar de la optimista evaluación -llena de flores rosadas con pinticas amarillas- a la cual estamos inclinados a registrar sobre nosotros mismos.
Es muy duro colocarse en este lugar, son muy pocos quienes lo hacen. Y es el por qué muchos han menospreciado la Cruz. Y es el por qué, hoy en día, mucha de la teología actual propone en un esquema tras otro que, puesto que la Cruz alcanza salvación universal, no es verdad que hay un precio de admisión para obtener los beneficios. No hay necesidad de humildad, o arrepentimiento, o incluso de creer.
La realidad, sin embargo, es que el mundo postmoderno dirige su enemistad contra Dios en lugar de luchar contra el propio ser caído y sus consecuencias culturales. Ciertamente, cada vez que la Iglesia pierde el sentido de pecado –como es muy evidente hoy en día- desaparece esta antítesis contra el Yo y la cultura, apoyada en la falsa suposición de que perderíamos todo.
Este es el error más profundo que un cristiano puede cometer. En este mundo caído, el punto no es si podemos sostener este sentido de antítesis. El punto es hacia quién se dirige: ¿es enemistad contra Dios, o es enemistad contra el mundo?
Tomado de "LOSING OUR VIRTUE. Why the church must recover its moral vision.", David F. Wells
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