“Para que así como el pecado reinó para muerte, así también la Gracia reine por la justicia para vida eterna, por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:21).
La Gracia es la reina, Dios la hizo para reinar, donde ella habite por necesidad gobierna, no acepta menos que eso. El amor es la evidencia más segura de poseer la gracia salvífica:La gracia del amor. Este amor es la suma de toda gracia y virtud, de modo que si alguien tiene amor cristiano, puede estar completamente seguro que la gracia y el poder de Dios mora en él, para tal persona será obligado practicar santidad por la simple razón de que la gracia de Dios no es un mero concepto mental como una idea o una palabra en el intelecto, sino un principio espiritual activo que gobierna y dirige la vida de las personas que han nacido de nuevo.
Un estudio elemental en el Nuevo Testamento sobre el principio de la gracia nos enseñará que la tendencia de toda gracia cristiana es la práctica. Porque el lugar donde la gracia se asienta es el centro de la voluntad de la persona.
El corazón es el sitio de donde salen todas las ordenes que mueven la disposición o la voluntad, lo que hace y quiere hacer el hombre. Allí hace su morada el principio divino de la gracia, de modo que si está, resulta obligada su práctica o ejecución.
Todo lo que el hombre hace primero lo desea, luego la voluntad es puesta en movimiento. La práctica de un hombre es lo que este hace libre y voluntariamente estando a solas, sin presión. Este hombre ora y habla con Dios ha solas, hace el bien sin buscar que otros lo vean, esa es su práctica. Obedece a Dios estando en presencia o ausencia de los santos. Si alguien se propone teñir de rojo las aguas de un río, debe hacerlo en la cabecera, donde nace el río, y allí agregar el tinte, de seguro que todas las aguas serán enrojecidas. La gracia tiende a la práctica de la santidad.
En otro lugar dice así: “No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad" (1Corintios 13:6). El amor es como la luz, que no se mezcla con nada aunque alumbre todo. Puede iluminar un templo como un burdel. El amor divino puede desear lo mejor aun para malos hombres, sin embargo no se regocija en la maldad.
La caridad cristiana no se regocija en el mal aun cuando el mal sea hecho a su propio enemigo. Cuando David fue enterado que su perseguidor Saúl había sido muerto, su reacción fue de amor: “E hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta el anochecer por Saúl y por su hijo Jonatán” (2Samuel 1:12).
Una reacción de la gracia de Cristo en un corazón creyente porque el único enemigo del amor es el pecado y la iniquidad. Su regocijo es la verdad, se goza en el progreso de los que anden en el camino de la verdad, su placer es el progreso del evangelio, aunque él mismo sea menguado, o dejado atrás. “No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad"; esto hace el amor. Haz, pues, eso mismo. Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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