“Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David” (1 Reyes 11:3).
Algunos piensan que a medida que se tienen más tiempo en el Evangelio será más fácil poner control al pecado, pero he aquí que el caso de Salomón dice que no siempre es así, la edad no tiene poder contra el mal.
La preservación del alma depende de la gracia de Dios y el cultivo del dominio propio en uno. Más aun, que los que hagan descansar sus almas en su propio poder natural, tal como hizo Salomón en este tiempo, terminarán apostatando si no recapacitan a tiempo. La razón es sencilla: No hay en el hombre poder espiritual que pueda sostenerlo contra los malos deseos. Como señala Pablo: “No tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”.
Este gran hombre -Salomón- se apoyó en su propio poder natural; tomó una mujer, después otra, y así poco a poco, hasta el descalabro. Y esa es parte de las lecciones que aprendemos de la vida de Salomón. Que nos cuidemos de lo que se descuidó: no puso control a los deseos naturales.
Mientras joven fue estudioso e inocente, pero cuando vino a la vejez fue libertino y mal gobernado: “Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos.” Su primavera fue tan prometedora, con lindas flores, su verano de abundante frutos, y ahora en su otoño un viejo depravado e idólatra. Al ver este cuadro concluimos con la fuerza que da la verdad de la Biblia: No hay tiempo donde el creyente pueda estar seguro contra el pecado, mientras habite su cuerpo mortal.
La juventud con deseos impetuosos o difíciles de gobernar, la madurez obstinada y la vejez débil, todas las edades son espiritualmente peligrosas. Así que nadie diga: Ya pase mi juventud ahora tendré tiempos de paz. Como dicen por ahí: “No escupas para arriba. Comenzar bien, no asegura finalizar bien”. Sólo andando en los caminos de Dios podremos ser sostenidos: “Porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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