Cuidar el lenguaje es fundamental. No hay mucho qué esperar de una sociedad donde haya desaparecido la capacidad de verdadera conversación, de luchar por las ideas, el interés por buscar la verdad. Estas cosas solo son posibles cuando existen palabras que se refieren con claridad a los conceptos. No son posibles cuando las palabras van perdiendo su significado para convertirse solo en quejas o en elogios, en signos animales de mero dolor o placer.
Las palabras mueren cuando no las utilizamos para señalar lo que en realidad significan. Se van convirtiendo en meros términos de elogio o de insulto, de aprobación o de reprobación.
El problema radica en que perdemos la posibilidad de describir realidades, y entonces hemos de acudir a fórmulas más torpes para lograrlo. Por ejemplo, el uso de adjetivos como “real, verdadero, auténtico”: cuando agregamos uno de estos adjetivos a una palabra, es porque la palabra está muriendo. Cuando tenemos que explicar que X es un “cristiano auténtico”, es porque la palabra “cristiano” está perdiendo su significado.
“Abstracto” ha llegado a significar algo así como “vago, brumoso, insustancial”; se ha vuelto un mero término de reproche. “Moderno”, ha dejado de ser un término cronológico para significar algo así como “eficiente”, o hasta “bueno”. “Barbaridad medieval” no hace referencia ni a la Edad Media ni a aquellas culturas clasificadas como bárbaras. ¿Otras palabras? Convencional, práctico, contemporáneo, y otras más que podrían ser añadidas a la lista.
No se trata aquí del mero empobrecimiento cultural, sino que la capacidad misma de pensar con claridad es la que está en juego. Cuando, por muy reverentemente que lo hagas, asesinas una palabra, también has eliminado de la mente humana aquello que la palabra originalmente significaba.
Los hombres no continúan por mucho tiempo pensando en aquello que han olvidado cómo nombrar.
Para el desarrollo de una sociedad sana es crucial el fortalecimiento de instancias de comunicación: comunicación personal, lectura exigente, discusión cuidadosa de ideas, existencia de relaciones de maestro y discípulo. Y también es necesario aprender simplemente a callar: mostrar que no es indigno reconocerse como ignorante en algunas áreas y que es saludable callar en ellas en lugar de arrojarse a la charlatanería.
Necesitamos disciplinar nuestro lenguaje: hablar menos, no dejarnos arrastrar por la crítica fácil, renunciar a la caricatura. No es pequeña la actualidad del apóstol que llamaba a la lengua “fuego, mundo de maldad”, y que nos exhorta a ser prontos para oír pero tardos –lentos- para hablar.
Tomado de "ETICA Y POLITICA. Una mirada desde CS Lewis", Manfred Svensson
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