Eres una gota en el océano. Eres una multitud. Otros fluyen a través y alrededor de ti, y tú fluyes en ellos y penetras en sus mundos. Otras gentes están en todas partes. Y tú eres como un vórtice que camina, habla, vive, con otras gentes. Llegaste aquí como resultado de otros. Tuviste madre y padre, que a su vez tuvieron padres y hermanos y tías abuelas y sobrinos, y ahora es probable que tengas cónyuge y quizás hijos o incluso nietos. Probablemente trabajas, y tu trabajo involucra a otros.
Luego están tus vecinos, los que viven al lado o enfrente o quizás al cruzar la calle. Y la calle misma: alguien la puso ahí, quizás seis u ocho trabajadores con cascos. Televisión, películas, computadoras, libros, música, arte y literatura, todo está lleno de gente. Y la comida que consumes: alguien plantó, cosechó, envió, compró, preparó, sirvió a otros. Tú no hiciste tu ropa. Otros produjeron los materiales, otros diseñaron, otros cosieron, enviaron, exhibieron, y otros publicaron, modelaron y vendieron. Eres una historia con muchos caracteres como para llevarlos todos.
Sin embargo, el cristianismo no ve esto como un problema. No sugiere modos de “lidiar con este triste estado de eventos”. La Escritura no hace advertencias solemnes acerca de sobrepoblación, el peligro de las grandes ciudades o los problemas inherentes a la mancha urbana. No se trata de meramente ‘manejar, soportar’ a otros, o de evitarlos o huir de ellos.
El cristianismo no es un plan de escape para la humanidad, una manera de salirse de la multitud. El Evangelio es fundamentalmente una manera de cómo pertenecer, de cómo volver a las masas, cómo empezar de nuevo a amar a otros. Cristo señaló esto como uno de los más grandes mandamientos (Lucas 10:27). Es el centro del llamado cristiano, nuestra misión. Hemos de ser gentes preocupadas por otras gentes. Se supone que les amemos, que disfrutemos y celebremos su compañía. Son el prójimo.
Pero la gente es dura. Las personas se complican con emociones y afectos, metas y sueños, debilidades y fracasos, fortalezas y sorpresas. Y siguen teniendo bebés. Todas esas otras personas traen sus propias historias, sus propias multitudes con ellos.
Montones de tus ancestros y amigos, palabras de múltiples vecinos identifican cada movimiento, palabra, pensamiento, acción tuya. Se reunieron al momento que fuiste concebido y te seguirán hasta el día que reposes en tu tumba. Y por supuesto, la promesa del evangelio es que no cesa en la muerte sino continúa y crece más en el Espíritu, en la comunión de los santos, en esa gran nube de testigos que sigue aumentando hasta que rompa en el magnificente manantial en la resurrección.
Todo pues es para puntualizar y subrayar la gran necesidad de sabiduría. La tentación es ver las multitudes e imaginar cómo enviarlas a su casa. Somos como tontos discípulos que ven el gentío ruidoso, ignorante, y creen que sabemos cómo manejarlos. Pero si somos fieles discípulos de Jesús, estamos llamados a ver las multitudes con compasión y buscar formas de amarles, bendecirles, incluso alimentarles. Por eso es que el escritor de Proverbios insiste en que ‘obtengamos sabiduría.’ La sabiduría es una capacidad. Si fuera un título habría que obtenerlo en la escuela vocacional.
En el centro de la misión se encuentra el llamado para amar a otros. Claramente es una tarea inmensa. Hay muchas personas en nuestras vidas, muchas haciendo historia, y por un sinnúmero de razones son complicadas, difíciles y todo un reto para amarlas. Necesitamos sabiduría para amar a otras personas. Necesitamos saber cómo pensar acerca de otras personas, cómo amarlas, cómo servirles, y por dónde empezar. Por supuesto, el más grande mandamiento incluye amar a nuestro vecino más importante, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La Trinidad son tres Personas. Dios toma en sí mismo, en Su propia existencia, la noción de otros.
Y por ello es que el principio de la sabiduría es el temor a Dios. El principio de aprender a vivir sabiamente con otras personas es el temor y amor hacia el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, las tres personas principales de toda existencia. Son las tres primeras personas con las que cada ser humano debe lidiar. Aprender a amar y temer estas Otras Personas, la Trinidad, es el principio de la sabiduría. Es el principio de aprender el arte de amar a otras personas.
La idea de otras personas surge desde el mismo principio cuando Dios creó al hombre. Dios dijo que no era bueno que el hombre estuviese solo (Génesis 2:18). Aún cuando el contexto es sobre matrimonio, el principio es que dos son mejores que uno (Eclesiastés 4:9-12). El matrimonio no es una simple declaración sexual, es una declaración social.
Si todas las cosas son iguales, es mejor estar con la gente que sin ella. Es mejor estar con gente y no sólo con árboles y animales. Estas otras gentes son colaboradoras. Es verdad que ciertos individuos alcanzan grandes cosas, pero dentro de toda su gloria hay también padres, maestros, familiares, colegas, jefes, amigos, enemigos, instructores, cónyuges, hijos, y por supuesto muchos otros más entrelazados en el subtexto de lo que alguien hace. Cada individuo y sus logros están llenos de pies de páginas. Pero estas notas son incompletas; todos somos plagiarios. Y es más glorioso así. Dos son mejores que uno; un cordón de tres no se rompe fácilmente. Otras personas son buenas. El hecho de que tu historia incluya a otros en toda su gloriosa complicación ocurre por diseño. Dios creó al mundo insistiendo en que no era bueno estar solo; los ermitaños están malditos.
Así que está decidido: otras personas son buenas. No solamente por el hecho de que otros sean regalos de Dios para ti (Efesios 4:11-13). Pablo dice que Cristo ascendió al cielo y dió regalos a los hombres, no fueron poderes especiales, Cristo otorgó personas. Los apóstoles y profetas son personas, y Jesús los dió a Su iglesia. Las personas que Dios da a Su iglesia son para su bien, para edificarla en casa de bondad y santidad. Es verdad que Pablo también habla de “dones” derramados en la iglesia, pero incluso entonces el primer regalo es la persona del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la Persona-regalo del Padre y del Hijo. El Hijo ascendió al Padre, y enviaron al Espíritu para llenar la iglesia, para cubrir al mundo con sus alas y reunir gentes, enviando otras personas a ministrar donde sea necesario, equipando para servir a otros.
La Persona del Espíritu fue enviada para que unos sean hechos útiles a otros, de tal manera que se edifique casa espiritual, una morada de Dios (Efesios 2:22). Recuerda que el Espíritu tiene que ver con sabiduría, y ella con la construcción: gerencia de construcción.
Así que aquí estamos, rodeados por un mar de caras, una conmoción de voces: tu cónyuge, tus hijos, tus vecinos, pastores, amigos, y todo el resto del mundo con quienes nos encontramos e interactuamos. Y son regalos de Dios para nosotros.
Por tanto son tus otros. Te pertenecen como oportunidades, como posibilidades, como recursos, como minas llenas de riqueza para ti. De modo que incluso antes de comenzar a pensar en relaciones, hemos de empezar con agradecimiento.
Nuestra respuesta a otros necesita ser gratitud. Porque Dios ha prometido que les utilizará para nuestro bien. Las otras personas son regalos. Estos otros en toda su gloriosa complejidad, insuficiencia, dificultad, son regalos, buenos regalos. No es bueno estar solo.
Pero aparece siempre la tentación de seguir el flujo de la cultura que rechaza cómo es Dios en la miríada de personas que El coloca alrededor nuestro. No actúes, hables o pienses como si fuera mejor estar solo, libre de esas otras gentes. Quizás debieras empezar agradeciendo a Dios por el tráfico de la mañana, todas esas personas en fila delante de ti. Pero no solamente es que todas esas personas se te han dado a ti, sino que tú también has sido dado a ellos. Perteneces a una familia, una asamblea, una multitud de otras personas innumerables. Perteneces en diversos grados a esas personas. Somos regalos mediante la obra del Espíritu, y esto significa que hemos ser de gracia unos con otros. No eres de tu propiedad. Eres una gota en el océano y una multitud (1 Corintios 6:19; 12:13b). Después de todo servimos al Señor de señores.
En Exodo, se derramó espíritu de sabiduría sobre Eliab y Bezalel, no para sentarse a escribir gruesos volúmenes de filosofía, sino para armar concreto, calcular números, trabajar maquinaria. El espíritu se derramó en ellos y les dio habilidades para construir la casa de Dios; la sabiduría es gerencia de construcción.
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