“Y se levantó Jacob de Beerseba; y tomaron los hijos de Israel a su padre Jacob, y a sus niños, y a sus mujeres, en los carros que Faraón había enviado para llevarlo. Y tomaron sus ganados, y sus bienes que habían adquirido en la tierra de Canaán, y vinieron a Egipto, Jacob y toda su descendencia consigo” (Génesis 46:5).
Después de la muestra de misericordia que Jacob recibió de Dios, entonces pudo dejar Beerseba con corazón tranquilo, dudas y temores desaparecieron con la aprobación de Dios a su mudanza: "Y se levantó Jacob de Beerseba" (v.5).
La manera en que Moisés escribe da a entender que el patriarca recibió nuevo vigor de la visión divina. Ya puede dejar atrás la tierra de sus padres, el suelo de la promesa, el terruño que el patriarca amaba intensamente.
Alguno pudiera pensar que Jacob amaba esa tierra de manera poco piadosa, pero al adentramos en el relato veremos que no es así, que el amor de su corazón no era la tierra sino el Dios que había prometido a sus padres esta tierra. No salió de allí sino hasta que Dios le dio permiso para salir, su agrado no era hacia sí mismo con la tierra que le vio nacer, su empeño era agradar al Señor.
Con la bendición de Dios podía soportar la ausencia de Canaán con ecuanimidad.
La aspiración del hijo de Isaac fue morir en su propio nido y dejar su descendencia en posesión de la tierra prometida, pero la providencia lo ordenó de otro modo. Muchos de nosotros tenemos el fuerte deseo de nunca tener que salir de nuestra ciudad, pero no es del dominio de los hombres saber con certeza donde pasarán sus últimos días en este mundo. Jacob era de 130 años para esta época y a esa larga edad tuvo que mudarse de habitación.
Aquellos que se creen muy firmes y bien establecidos podrían ser mudados a otro lugar en poco tiempo, nuestro destino o camino no está en nuestras manos, sino en las del Creador.
Solo Dios puede prepararnos para que siempre estemos listos para mudarnos de un lugar a otro.
Es bueno tener el corazón de Jacob, quien tenía la aspiración de establecerse y no mudarse, pero si hay que hacerlo, que sea Cristo quien nos dé la orden y no nosotros mismos.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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