"Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos" (Romanos 8:24-25).
El apóstol habla como si estuviera adelantándose a una pregunta imaginaria de sus lectores: "Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?" (v.24). Esto es, que la mayor felicidad en los cielos o en la tierra pertenece por la gracia de Cristo a los hijos de Dios, pero su posesión requiere una total confianza en la fidelidad del Salvador.
La salvación de cada uno comenzó cuando por la misericordia del Señor nos convertimos de las tinieblas a la luz.
Pero esta salvación no es completa hasta que el cuerpo y el alma sean glorificados, el día que Cristo regrese en gloria eterna. Entonces seremos librados de todo mal y entraremos a poseer la felicidad suprema o la gloria eterna que aguardamos.
El apóstol Pablo prueba esta verdad con dos argumentos; por un lado, cuando nos habla del estado presente de los cristianos: "Porque en esperanza fuimos salvos", y por el otro, al considerar lo que es la esperanza: "Pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?" (v.24).
Todos y cada uno de los creyentes somos salvos, completamente salvos, pero salvos en esperanza.
El creyente tiene completa salvación -no en posesión- sino en diligente expectación. Pablo dice por qué seremos aceptos en el día final, porque somos salvos ahora. El no dice que seremos salvos, sino que ya lo somos: "Porque en esperanza fuimos salvos" (v.24). Un verdadero cristiano es alguien que está a la segura espera del cumplimiento de las promesas de Dios en la salvación.
Ahora bien, las cosas esperadas están a gran distancia y muchas cosas sucederán antes de llegar a posesión, no faltarán sufrimientos porque hay muchos enemigos a lo largo de todo el camino, pero en la vida de los santos siempre ha estado presente esperar con paciencia en Dios, porque sin fe es imposible agradar a Dios, y la esperanza es hija de la fe y la paciencia es hija de la esperanza.
El verano es la época en que los árboles dan fruto. La paciencia es el verano del alma, demos frutos para Dios.
Mira el consuelo que ofrece el ejemplo de David: "¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo tendré conflicto en mi alma, y todo el día angustia en mi corazón? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?" (Salmo 13:1-2).
Dios le había prometido hacerlo rey de Israel, han pasado seis años y en lugar de cumplirse el amado de Dios está siendo perseguido por Saúl. Multitud de preguntas pudieron haber venido a su mente:
¿Se habrá equivocado Samuel cuando me hizo la promesa a nombre de Dios?
¿Habló el profeta por su propia cuenta o se lo reveló el Señor?
David fue hecho rey en esperanza, si bien más tarde poseyó la corona. Y no solo gobernó en Israel, sino que Dios también le dio al Hijo de David un reino eterno.
De la misma manera será contigo, amado creyente, pues felices son los que esperan en Jehová, porque lo que esperas es bueno y ciertísimo, aunque futuro y laborioso.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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