jueves, 15 de julio de 2010

Meditación del 15 de Julio

"De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19).


Cuando se habla con ligereza de hacer la voluntad de Dios, será hecha a fuerzas de principio a fin. Hacer bien la voluntad de Dios requiere que sea libre y de buena gana.

Si usted sitia una ciudad y luego de muchos ataques logra capturarla, la ciudad no se rindió sino que fue vencida. No puede decirse que nos hemos encomendado a la voluntad de Dios, si Dios tiene que darnos de martillazos hasta quebrar la voluntad. Una cosa es que nos quiebren la voluntad y otra que la hayamos cedido libremente a Dios.


Cuando a Faraón se le agotaron los recursos para impedir la salida de los israelitas, entonces renunció a su voluntad y los dejó ir: "E hizo llamar a Moisés y Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho" (Exodo 12:31).

Resignó su voluntad a la de Dios ya que no podía hacer otra cosa.

Hacer la voluntad de Dios o encomendarnos a Su voluntad no es algo forzado ni lo último por hacer, sino algo libre y de buena gana desde el principio.

Jesús no dice: Mi Padre me ha mandado a beberla, sino: "¿No la he de beber?" (v.11). Sus palabras denotan firme resolución. No de último, sino libre y de primero.

No mencionó la necesidad de honrar las Escrituras, sino la voluntad del Padre.

Tuvo en consideración las Escrituras -obvio en Sus palabras-, pero la esencia es que cumplió la voluntad del Padre por un principio de amor.

Idéntico lenguaje encontramos en José cuando fue tentado: "¿Cómo, pues, haría yo esta gran maldad y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9).


En las palabras de Cristo hay algo más que simple obediencia. Es como si dijera: "Es mi Padre, El me ha mandado a beber esta copa, ¿cómo no la beberé?".

Esto es lo que ha de mover la obediencia de cualquier cristiano, el amor.

El amor es el cumplimiento de la Ley. Así es en Cristo, en los apóstoles y en todo verdadero creyente.

Alguno preguntará: ¿Cuándo hacer esta encomienda de nuestras almas a Dios? ¿Haciendo qué cosas nos resignamos a la voluntad del Padre?

La respuesta en sentido general es esta: "Cada día muero" (1Corintios 15:3).

Es una obra diaria, pero especialmente frente a los sufrimientos. Pedro lo particulariza así: "De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19).

Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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