“Entonces el mayordomo se dijo a sí mismo: ¿Qué haré? Porque mi señor me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando sea destituido de la mayordomía, ¡me reciban en sus casas!” (Lucas 16:3-4)
La visión del prudente es de largo alcance, cuida del presente sin descuidar el futuro. En este pasaje el siervo previó peligro en el futuro y se preparó para dicha contingencia. En general, prudencia es previsión. Como dicen luego los abuelos: “Hombre precavido vale por dos”. Es cierto que no podemos saber a ciencia cierta el futuro, pero podemos predecir muchas cosas con grados aceptables de probabilidad.
El conocimiento de las Escrituras, nuestra propia experiencia y la de buenos hombres que históricamente nos han precedido puede ayudarnos mucho a vaticinar lo que viene. Una persona prudente haría uso adecuado de todas estas herramientas. La prudencia exige que hagamos cálculos, tal y como nos enseña Jesús: “Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lucas 14:28). El prudente no solo ve el peligro sino que también trata de evitarlo.
Los verdaderos creyentes son prudentes en mayor o menor grado. El prudente sabe por las Escrituras y propia experiencia que las palabras y acciones presentes, de algún modo u otro, tienen consecuencias futuras. La gran mayoría de nuestros problemas tienen como causa que casi nunca pensamos antes de hablar o actuar. De modo que la prudencia contiene tres pasos esenciales: examinar, juzgar y actuar.
En cierta escuela decidieron poner a prueba la capacidad de los alumnos de diez años de edad. A cada uno le entregaron la hoja de prueba con doce preguntas. El maestro dijo a los cincuenta estudiantes que leyeran todo primero y luego contestaran las preguntas. Casi todos desoyeron el consejo y se dispusieron a llenar sus papeles de una vez. Solo tres alumnos leyeron y luego contestaron, entregando sus pruebas a los cinco minutos de iniciado el examen. Los demás lo hicieron una hora después. La última pregunta decía que solo debían escribir su nombre y olvidarse de las primeras...
Puede parecer trivial, pero el ejemplo es de gran lección sobre la importancia de la prudencia en todos los órdenes de vida. Los prudentes se ahorraron mucho trabajo y fastidio. Piensa [examina y juzga] antes de actuar.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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