Este darse cuenta proporciona a nuestro mutuo lenguaje la libertad y apertura que necesita.
Hablamos unos con otros de la ayuda que ambos necesitamos.
Nos amonestamos unos con otros para andar la vida cristiana como Cristo manda que se viva.
Nos advertimos unos a otros en contra de la desobediencia -nuestra constante.
Somos gentiles y firmes unos con otros, porque conocemos de la gentileza y firmeza de Dios.
¿Por qué habríamos de atemorizarnos unos con otros si todo lo que tenemos qué hacer es tener temor de Dios? (104/105).
Mientras más aprendamos a permitir que el otro nos hable la Palabra, a aceptar con humildad y gratitud incluso reproches severos y amonestaciones, más libres y puntuales seremos en nuestro propio hablar.
Alguno que por sensibilidad o vanidad rechace las palabras serias de otro cristiano tampoco podrá hablar la verdad en humildad a otros. Esta persona tendrá miedo al rechazo o a que otros hieran su sensibilidad. Personas irritables, sensibles, se convertirán siempre en aduladoras, y muy pronto se dedicarán a despreciar y calumniar a otros cristianos de su comunidad.
El hombre humilde se sujetará al amor y a la verdad, a ambos. Se apegará a la Palabra de Dios y permitirá que sea la guía de los demás en la comunidad. Ayudará a otros mediante la Palabra porque no busca nada para sí mismo y tampoco tiene temor de los demás (105).
Nada será más cruel que la indiferencia que abandona a otros en su pecado.
Nada será más compasivo que la severa reprimenda dispensada a un cristiano de nuestra comunidad para que abandone su camino de pecado. (105)
Bonhoeffer’s Life Together. Tim Chester.co.uk
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