La mortificación del pecado
¿Y qué acerca del creyente controlado por su pecado remanente? ¿Qué si un cristiano halla que su pecado remanente debilita su comunión con Dios, destruye su paz y seguridad, hiere su conciencia y endurece su corazón?
La respuesta de Owen es doble: necesita ser aconsejado para realizar "mortificación" y para "poner tu mente en las cosas de arriba." Owen escribió su tratado sobre la mortificación y sobre "La Gracia y el Deber de Contar con Mente Espiritu" [The Grace and Duty of Being Spiritually Minded] basado en Romanos 8:13 (si por el Espíritu hacéis morir [mortificar] las obras de la carne, viviréis) y Romanos 8:5-6 (los que viven de acuerdo al Espíritu tienen su mente en las cosas del Espíritu). Por el momento veamos la ayuda que Owen brinda al consejero en su enseñanza sobre la mortificación.
Mortificar es eliminar el pecado a nivel motivacional, detectar raíces y formas de nuestros característicos motivos carnales y destilarlos mediante arrepentimiento hasta eliminar su atractivo poder.
Mortificar es eliminar todo principio de poder, vigor y fortaleza de modo que el pecado no pueda más actuar o ejercer o instrumentar ninguna acción de su propiedad.
Mortificar no es la mera supresión de las acciones externas del pecado, sino el debilitamiento de la raíz motivacional, los deseos del pecado.
¿Cómo mortificar el pecado? Medidas a discernir según Owen:
(1) Es fundamental que la persona sea cristiana antes de iniciar esta labor. No es trabajo para alguien incrédulo. Es absolutamente necesario que haya entendimiento del evangelio y la regeneración mediante la fe. Sin entendimiento de su lugar respecto a Cristo, un incrédulo no podrá arrepentirse en su totalidad o aceptar la completa dimensión de su pecado. Es demasiado devastador. La conciencia debe tener un marco de referencia y sustentarse en el evangelio para lograr arrepentimiento profundo.
(2) Reconocer la forma que toma el pecado. ¿De complacencia a otros? ¿Necesidad de poder? ¿Orgullo? ¿Pensamientos de envidia? Observe las motivaciones más básicas. Hemos de reconocer y "levantarnos contra las primeras acciones de nuestro pecado". Son como el agua de un canal: una vez roto, seguirá su curso... Pregunta a la envidia lo que realmente anhela -muerte, destrucción al final del camino.
Y hemos de reconocer los peligrosos signos del "deseo no mortificado". ¿Se ha presentado por un largo período? ¿No hay disgusto sino más bien deleite en el pecado? Es fundamental darse cuenta de la necesidad de tomar medidas extraordinarias.
(3) Llenar la mente y consciencia con los peligros y culpa del pecado al presentarlo a la cruz. Hemos de ver al pecado por lo que es, desenmascararlo y verlo en toda su fealdad, no por lo que ha hecho con uno. Hay dos pasos para desenmascarar.
(3.1) para ver los peligros, consideremos todas las consecuencias: endurecimiento del corazón, pérdida de paz y fortaleza, pérdida de seguridad de ser cristiano, y la posibilidad de corrección temporal o castigo de Dios.
(3.2) pero se requiere más que considerar consecuencias (tristeza basado en ello puede ser producto del amor propio). Es necesario cargar la consciencia con la "culpa" del pecado. Entristece al Espíritu, hiere al nuevo hombre dentro de sí, le hace inútil para Dios -quien ha hecho mucho por él-, ofende Su santidad y majestad y desparrama la sangre de Cristo.
Es importante hacer esta convicción de culpa evangélica, tan opuesta a la convicción legal. Se logra al tomar el pecado de uno y colocarlo no solo ante la Ley (si bien debe reflexionarse en la majestad y santidad divinas para que haya convicción) sino también ante el Evangelio -a la cruz de Cristo. Una sana convicción de pecado crecerá al ver la paciencia de Dios, las riquezas de Su gracia, el sufrimiento de Cristo, todo, de modo que uno cesará de pecar. Trae tus deseos al Evangelio para mayor convicción de culpa, no sólo alivio. Dí a tu alma "¿Qué he hecho? ¿Qué amor, qué misericordia, cuál sangre, cuál gracia he menospreciado? ¿Es ésta la paga que doy al Padre por Su amor, al Hijo por Su sangre, al Espíritu Santo por Su gracia? ¿Me atrevo a menospreciar el propósito de la muerte de Cristo?"
Advierte cada día a tu conciencia con estas palabras. Observa si ella tolera el agravamiento de su culpa. Si no se derrite en alguna medida, tu caso es muy peligroso.
Este proceso de cargar la conciencia ante la cruz de Cristo ayuda al pecador a aborrecer al pecado en sí mismo. Comienza a perder su atractivo y su poder para mover deseos y cometer acciones pecaminosos.
Muchos consejeros de hoy, bajo influencia de las "corrientes del auto-estima", pensarán que este enfoque es riesgoso. Pero Owen claramente advierte que "aplicar misericordia a un pecado no vigorosamente mortificado es cumplimentar la carne por encima del Evangelio. Es natural que una persona exprese tristeza breve por algún pecado y luego se justifique rápidamente con algún versículo sobre el perdón (por ejemplo 1 Juan 1:8-9). Pero esto ocasiona tremendo endurecimiento del corazón, en especial en aquellos que caen repetidamente en el mismo pecado. Su arrepentimiento suele ser intelectual o basado en miedo a las consecuencias. Sin convicción evangélica de su pecado no habrá real arrepentimiento, ni un verdadero despertar a la presencia del pecado en su vida.
Richard Sibbes definió de manera clásica el arrepentimiento como "no una mera inclinación de nuestra cabeza... tristeza que convierte al pecado en algo más odioso que el castigo, de modo que provoca violencia santa contra él."
Cuando algunos claman que el enfoque de Owen provoca "falta de auto-estima", auto-aborrecimiento, ignoran la diferencia entre el arrepentimiento legal y el evangélico (ver también comentarios de Stephen Charnock para más ayuda).
Owen explica que hemos de llevar nuestro pecado a la cruz y que cualquiera haciendo mortificación debe tener su consciencia enmarcada por el evangelio de la gracia.
(4) Luego de cargar la conciencia, hemos de ir a las promesas escriturales de misericordia y gracia mediante las cuales Dios habla paz a la conciencia. Esto se hace dirigiendo la fe hacia la muerte, sangre y cruz de Cristo. "Coloca fe en la obra de Cristo... Su sangre es el gran remedio soberano... vive en esto y morirás siendo conquistador, sí, lo serás, mediante la buena providencia de Dios, vivirás para ver la muerte de tus deseos a tus pies... acciona fe sobre la muerte, sangre y cruz de Cristo, esto es, en Cristo como el Cordero inmolado."
Hemos de meditar en Cristo crucificado no sólo para obtener sentido de perdón sino confianza en que -gracias al triunfo de Cristo- el pecado no tiene ni tendrá más dominio sobre nosotros. Esto proporciona gracia y fortalece santidad. Y ahora, debido al trabajo previo de cargar la conciencia, encontraremos preciosas y consoladoras las doctrinas sobre la gracia y misericordia divinas, como nunca antes. Nos encontrarán con amor para Dios y nueva libertad del pecado.
Owen puntualiza que no debiéramos hablar de paz a nuestra alma sino hasta que Dios lo haga.
Pareciera que dice algo así como "espera a que sientas cierta clase de experiencia emocional de Dios para decir que eres perdonado." Owen no dice esto.
Durante el proceso de mortificación un creyente no debe albergar dudas de la aceptación de Dios. No hay condenación para quienes están en Cristo Jesús (Romanos 8:1).
Lo que Owen dice es que la mortificación es obra exclusiva del Espíritu: El es el único medio "eficiente" de mortificación. Nosotros no podemos hacerlo. En otras palabras, es el Espíritu "quien trae la cruz de Cristo al corazón del pecador, mediante la fe". O sea que no debiéramos ser tan rápidos para finalizar nuestro proceso de mortificación. Si decimos que el proceso ha terminado, cuando aún hay poca o ninguna humillación o gozo o libertad experimentada, estamos siendo "auto-sanadores".
(5) Continuar vigilantes, descubriendo "ocasiones para el pecado", las situaciones y condiciones que en particular nos arrastran a pecar. Hemos de fortalecernos contra ello. Esto significa recordar lo que hemos aprendido de nuestra mortificación íntima y usarlo en nuestro corazón cuando encaramos situaciones de pecado en el mundo. Ensayar aquellas cosas que el Espíritu nos ha enseñado y utilizar nuestra nueva libertad para guardar nuestro corazón (actitudes, pensamientos) y nuestros pasos (acciones) en dichas situaciones.
(6) Orar de modo consistente, por mayor disgusto contra el pecado así como el anhelo de ser librados de él. En otras palabras, orar por arrepentimiento profundo. Mientras que los primeros cuatro pasos de la mortificación se dan gracias a tiempos concentrados de oración, los últimos dos pasos suceden de modo continuo y constante en el diario vivir.
La Teología Puritana sobre el Pecado Remanente, expuesta magistralmente por John Owen, tiene multitud de implicaciones para la consejería. Arroja luz sobre aspectos teóricos.
Primero, hemos visto que los patrones de pecado recurrente y conductas adictivas tienen antecedentes. Hay raíces y causas detrás de las acciones en las cuales es necesario trabajar. Puesto que nuestra carne tiene "formas" o patrones, podemos conocerlos y erradicar los motivos de maldad a los que somos inclinados.
Segundo, hemos sido salvados de la idea de que es fácil lidiar contra el pecado mediante arrepentimiento fácil y fuerza de voluntad. Y de mantenernos en la creencia de que no somos responsables de nuestra propia conducta.
Tercero, tenemos solución para la controversia de la autoimagen: hemos de vivir por fe. Hemos de reprogramar el entendimiento de nosotros mismos, pero no haciendo un inventario de nuestras "buenas cualidades".
Hay también implicaciones prácticas, metodológicas, de la visión puritana del pecado remanente. Los estándares modernos para cualquier persona que lucha con patrones profundos de auto- gratificación o de voluntariedad dicen que "usted no es responsable", o que "un verdadero cristiano no sentiría así" o "usted está endemoniado".
Pero Owen alentaría y consolaría a esta persona. Le diría que "tiene un patrón de la carne que solo se debilita mediante concentrada oración, obediencia a y penetración de la verdad del evangelio. Tu duelo y tristeza por el pecado es signo maravilloso de que el pecado no reina en ti, eres un creyente, y por tanto, es posible vencer en Cristo tu particular esclavitud."
¿Cuál es mi evidencia clínica de que la consejería pastoral de Owen funciona?
Que la he usado personalmente durante muchos años con grande ganancia. Y John Owen me consoló grandemente, con gran efectividad, en un período de mi vida cuando nadie más pudo hacerlo.
5. Los puritanos entendían al hombre como un ser fundamentalmente adorador, y vieron a su imaginación idólatra -creadora de ídolos- como la raíz de los problemas.
Ya hemos dicho que el punto de vista puritano sobre la consejería pastoral es que debía ayudar al creyente (y al no creyente) a detectar su pecado remanente, para revelar motivaciones y deseos subyacentes localizados justo debajo de la superficie de la conducta.
Vimos que buscaron ayudar a discernir los patrones o "formas" de la carne en los afectados.
Sin embargo, para entender mejor su enfoque de consejería hemos de considerar lo que juzgaban la esencia del carácter pecador: idolatría, así como la naturaleza fundamental del hombre como una criatura adoradora.
El corazón como fábrica de ídolos
Stephen Charnock lo ilustra por completo en su "Discurso sobre la Existencia y Atributos de Dios" [Discourses upon the Existence and Attributes of God]. Primero, "todo pecado se fundamenta en ateísmo secreto... cada pecado es un tipo de maldición a Dios en el corazón; su objetivo es la destrucción virtual del ser de Dios... en cada pecado, lo que un hombre intenta es colocar su propia voluntad como la regla, y su propia gloria como el fin de sus acciones...".
Cada pecado constituye el esfuerzo de girar la adoración de Dios hacia la adoración de sí mismo. Este es el punto de vista puritano. En la base de la naturaleza humana no se halla alguna "necesidad" de relaciones o felicidad sino la necesidad de adoración. El hombre debe adorar. En su raíz, pecar es auto-adorarse.
Charnock habla de los efectos de la auto-confianza o auto- adoración. "El desordenado amor por uno mismo es el primer paso a toda iniquidad. Así como la gracia es despegarse de uno hacia Dios, así el pecado es disminuir de Dios hacia el aumento del egoísmo carnal... por lo tanto, es posible deducir que todo pecado es rama o modificaciones de esta pasión fundamental." El autor demuestra que la ira incontrolable es tan solo orgullosa defensa propia, que la envidia es simple deseo egoísta de obtener deleite a expensas de otro, que la impaciencia es demanda orgullosa de soberanía sobre el horario propio, que el alcoholismo es mera auto indulgencia, que el deseo de auto-estima es el simple deseo orgulloso de elevar el yo por encima de otros. "Pecado y Yo son sinónimos. Lo que se denomina vivir para el pecado en un sitio (Romanos 6) se llama vivir para la carne en otro (1 Corintios 5:15)."
Analicemos que Charnock llama pecado al amor propio desordenado. Discute tres tipos de amor propio:
(1) está el amor propio "natural" que los seres humanos compartimos con todos los seres vivos. Es una preocupación consciente de lo no propio en temas de salud e integridad, de afecto por nuestra existencia. Pablo se refiere a ello cuando escribe "nadie aborrece su propio cuerpo, sino que lo cuida y alimenta" (Efesios 5:29). Este tipo de amor no tiene nada que ver con la "auto-imagen."
(2) El amor propio "carnal." El puritano escribe que "cuando un hombre se ama más a sí mismo que a Dios... cuando los pensamientos, afectos, designios están centrados sólo en el interés propio." Se trata de amor propio natural llevado a exceso criminal bajo la influencia del pecado. Se tienen expectativas de bendición de uno mismo que siempre estarán frustradas.
(3) El amor propio "de la gracia", solamente generado por el Espíritu Santo. "Cuando nos amamos con fines más altos que la naturaleza de la criatura... por ejemplo, en sujeción a la gloria de Dios." Charnock dice que el creyente fue creado para buenas obras (Efesios 2:10), y que cuando empieza a ver esto como el "fin" o propósito, entonces halla satisfacción consigo mismo. Esta visión no es de ningún modo la versión puritana de la "auto-estima." Es más bien un estado de paz y satisfacción que deriva del entendimiento adecuado de uno mismo, que encaja con nuestra verdadera naturaleza de siervos.
Después, Charnock discute el resultado de la idolatría propia: "el hombre hará fin y felicidad de cualquier cosa excepto de Dios." Puesto que nos adoramos a nosotros mismos, hacemos dioses de otros objetos -aparte de Dios-, creando nuestras propias 'religiones' como un medio para continuar a cargo de nuestras vidas."
Este hombre actuará como si Dios no pueda hacerlo feliz a menos que agregue otra cosa. El glotón hace un ídolo de sus glotonerías. El ambicioso hace un ídolo de su honor. El incontinente hace un ídolo de su lujuria. El codicioso hace ídolos de su riqueza. Cada uno estima estas cosas como su bien más preciado, su fin más noble, hacia el cual dirige todos sus pensamientos. Por tanto vilipendia y disminuye al verdadero Dios, quien pudiera hacerlo feliz, en una multitud de dioses falsos que sólo pueden hacerlo más miserable.
He aquí la razón básica del por qué nuestro pecado remanente adopta formas diferentes: cada uno fabrica ídolos o dioses falsos ante los cuales nos inclinamos. Creemos que nos traerán bendición, un imposible. Charnock continúa y lista algunos de los ídolos comunes: riqueza terrenal (materialismo), reputación terrenal (idolatría del poder), placeres sensuales (idolatría de la gratificación física), el respeto de los hombres (idolatría del amor de la aprobación).
Son obvias las implicaciones para consejería. Charnock mismo utiliza el modelo en su trabajo pesonal, advierte a sus feligreses sobre la necesidad de arrancar la raíz: "Todos somos adoradores de algún tipo de becerro de oro, establecido por educación, costumbre, inclinación natural y otros... cuando se derriba al general, el ejército huye. El ídolo principal es el manantial, otros pecados son simples afluentes... El Espíritu convence de pecados espirituales, he ahí su gran obra... presiona sobre lo espiritual, los primeros motivos, el concepto de nuestro propio valor, de orgullo contra Dios, incredulidad, y cosas semejantes."
Es decir que, por un lado, el ídolo (o ídolos) central de nuestra vida deriva directamente de nuestro problema fundamental, la adoración de uno mismo. Pero por otra parte observa que las formas particulares de estos ídolos derivan de un complejo de factores: educación, costumbres, inclinación natural.
En otras palabras, nuestra inclinación genética, nuestra experiencia, nuestra vida de hogar, etc., tienen que ver en la formación de nuestros problemas. Ahora bien, la cadena continúa siendo el pecado. Somos responsables de lidiar tales cosas como pecados. De nuevo, observemos el balance y visión puritanas en esto.
Así pues, ¿cuáles motivaciones o deseos subyacen detrás de nuestras conductas? ¿Por qué elegimos las metas que escogimos? ¿Por qué luchamos con los problemas que tenemos? ¿Qué hay "debajo de la línea del agua"? La respuesta puritana: el hombre es homo religioso, cada persona fabrica su propia religión de ídolos. Hay que identificarlos y arrancarlos de raíz mediante el proceso de mortificación.
Charnock, Baxter, Owen... si bien sus listas difieren en longitud, encontramos los mismos principios, el mismo análisis básico sustentado por la mayoría de los divinos.
El poder de la imaginación
¿Cómo es que los ídolos obran con tanta eficiencia en nuestras vidas? Mediante la imaginación, responderían los puritanos. En la persona incrédula (como dice Owen) la imaginación se halla dominada por completo por el pecado remanente y sus ídolos particulares. En el creyente la imaginación pudiera estar bajo el control de ídolos y por ende afectar ideas, afectos y acciones.
Uno de los primeros en definir la "imaginación" fue Richard Sibbes (1577-1635). Escribió que la imaginación era un "poder del alma", "limítrofe entre nuestros sentidos [por una parte] y nuestro entendimiento [por la otra]." El oficio de la imaginación es proveer material a nuestro entendimiento, para trabaja sobre él. Sin embargo, la imaginación pecaminosa "usurpa" y desvía el entendimiento.
Charnock es más específico, señala que la imaginación es el lugar "donde primero se forman o se da vida" a los pensamientos. La imaginación no es un poder diseñado para pensar, sino sólo para recibir las imágenes obtenidas por los sentidos y "cocinarlas" de modo que sean presentables a las ideas. Sería la cuenta de banco donde se depositan las adquisiciones de los sentidos y de ahí recibidas por las facultades del intelecto. De modo que el pensamiento es incoado [iniciado] en lo recibido, consumado en el entendimiento y terminado en las demás facultades. Los pensamientos generan opiniones en la mente. Los pensamientos inciden en la voluntad para consentir o disentir. Los pensamientos también proveen espíritu a los afectos.
Los terapistas cognitivos modernos definen el pensar como fundamental para la conducta y los sentimientos. Si cambiamos el pensar, podemos entonces cambiar sentimientos y conductas, de ahí su enfoque de acción. Pero los puritanos consideraban la imaginación como más fundamental que el pensamiento en el control de la conducta. Imagine dos ideas sentadas en el intelecto: "este pecado te hará sentir bien si lo haces" y "este pecado desagradará a Dios si lo haces." Ambas son ciertos en la mente. Ambas son creídas como verdaderas. ¿Cuál controlará el corazón? Es decir, ¿cuál capturará tu pensamiento, tus emociones, tu voluntad?
La respuesta puritana: tu mente y tu voluntad y tus emociones estarán controlados por la idea que se apodere de tu imaginación. Controlará todo tu ser al mismo tiempo. Porque la imaginación es aquello que da vida o realidad a un pensamiento. Es la facultad que otorga aprecio y valor.
Sibbes nombraría a la imaginación como opinión. Evoca imágenes. Después, de la imaginación surgen pensamientos, que iluminan la mente, derriten las emociones, mueven la voluntad a escoger.
El engaño del pecado
Nadie presenta mejor este punto que John Owen. Hemos visto cómo reconocía que el pecado remanente y sus ídolos influye en nosotros antes de cometer cualquier acto pecaminoso. Owen delinea también lo que llama el “engaño” del pecado -cómo labora para decepcionar o crear distorsiones y mentiras que se convierten en la base de la conducta pecaminosa.
Constituye la más clara descripción de cómo el pecado utiliza la “imaginación” para otorgar poder a los ídolos en nuestra vida.
Antes que nada, dice Owen, el pecado remanente nos hace perder apreciación de la vileza del pecado y de la maravillosa gracia. En otras palabras, estas verdades pierden control sobre nuestra imaginación. Se convierten en abstracciones, cesan de ser reales y vívidas. Pierden lo que los puritanos llaman “sazón” y se convierten en meras nociones intelectuales. Cuando esto sucede, se dificulta meditar y orar y cesamos en esfuerzos serios para buscar el rostro de Dios.
Después, si los pensamientos pierden foco los sentimientos hacia Dios se enfrían. Ya no nos encontramos llenos de amor, gozo, celo, o de humildad. Esto da pie a que la imaginación comience a apreciar el pecado. Desde el instante en que alguien concibe pecado sin experimentar disgusto por ello, tal persona “ha entrado en tentación.” Y cuando el pecado se hace manifiestamente deseable es porque ha capturado la imaginación.
Owen es de extrema ayuda cuando explica la operación de la imaginación mediante el término bíblico “deseo de los ojos.”
Ahora bien, no se refiere al sentido corporal de la vista, sino a fijar la imaginación a partir de este sentido en aquello que ha capturado. Le llama “ojos” porque así es como representamos las cosas en la mente y el alma, así como los objetos externos son visualizados en lo interno mediante la vista. Muchas veces, la visión externa provee la ocasión a las imaginaciones. Observe la declaración de Acán (Josué 7:21) de cómo prevaleció el pecado: primero vió el bordón de oro de la tela babilónica y después lo codició. Enrolló juntos placeres y ganancias en su imaginación y después los fijó en su corazón al obtenerlo. En verdad que el corazón pudiera detestar el pecado, aborrecerlo, y sin embargo, si la imaginación mental de un hombre es solicitada con frecuencia por el pecado, y la ejercita, tal hombre sabrá que sus emociones están siendo secretamente alimentadas y enredadas.
¡Así es como trabaja la imaginación! Enrolla placeres y ganancias, como cuando uno enrolla un alimento en la boca para saborearlo.
En tercer lugar, una vez que la imaginación ha sido capturada entonces quedará afectado el corazón. Owen, similar a todos los puritanos, enseña que el corazón es el asiento de todo el ser: mente, voluntad y emociones.
¿Cómo se afecta a todo el corazón?
La voluntad consiente a todo aquello que posea una “apariencia de bien, de bien presente.” En esta etapa podrían surgir “argumentos mentales.” El creyente comienza a racionalizar, a buscar razones para comportarse. El pecado “habla... razones... anhelos y anzuelos...” Las emociones se derriten e inflaman ante las representaciones vívidas de los placeres del pecado. Pero incluso en este momento es posible interrumpir la “cadena de engaño” si se reconocen los pensamientos como mentiras que son, productos de una imaginación pecaminosa (Thomas Brooks elabora una lista de 60 o más de las mentiras más comunes que ocurren en esta etapa de la operación del pecado remanente).
Más tarde, luego que el pecado ha desarrollado hábito, el ciclo continúa tan rápidamente que ya no existe más conciencia de “estadios o etapas”, de “anhelos”. La conducta erupta abiertamente y con muy poca resistencia.
Disciplina de una Mente Espiritual
¿Cómo puede la justicia capturar la imaginación de un cristiano? Este es el tema de Owen en su obra “Mente espiritual” [Spiritual Mindedness], un comprensivo y sofisticado manual de meditación cristiana.
Es necesario que la imaginación y los pensamientos sean llenos y programados para pensar “todo lo verdadero, todo lo noble, todo lo justo, todo lo que es admirable” (Filipenses 4:8). Para Owen, sin embargo, reprogramar la imaginación no es mero ejercicio intelectual. No es el simple aprendizaje de nueva información o de pasajeros pensamientos en la mente.
“Cultivar una mente espiritual” es tener la mente cambiada y renovada por un principio de vida y luz espiritual, de acción continua, con influencia sobre pensamientos y meditaciones de cosas espirituales, de emociones asentadas en ellos y derivadas con gozo y satisfacción. “Tener una mente espiritual”, consiste, primero, en “ejercicio mental activo” sobre temas espirituales.
Owen advierte que algunos pretenden tener una mente espiritual sin estudiar. Se encuentran sin “conceptos racionales” y carecen de “nociones sobre aspectos de fe y razón.” En tales casos, “lo único que tienen es imaginación de algo grande y glorioso, pero que no saben qué es... y cuando su imaginación fluctúa por un tiempo para arriba y para abajo sobre las dudas que tienen, finalmente en hunden en la nada”.
Pero hemos de ir más allá del estudio. En oración, meditación y aplicación, la obra presente del Espíritu Santo captura los “afectos” con la verdad de la Palabra. Tener mente espiritual es “gustar, saborear con fruición” verdades espirituales. “Lo espiritual tiene sal, condimento y sazón para una mente renovada; aquello que para otros es tan blanco como la clara de huevo, carente de sabor por completo... nociones especulativas sobre cosas espirituales, por sí solas, están secas, sin sazón, estériles. En este gusto, experimentamos que Dios es de gracia, y que Su amor es mejor que el vino... es el cimiento adecuado del ‘gozo inefable’ lleno de gloria.”
¿Qué es ser de mente espiritual? Es vivir en conciencia santa de, despertado por, el entendimiento espiritual de los privilegios y posición en Cristo.
Una vez que el consejero ha ayudado a identificar ídolos y sus mentiras distorsionadoras de vida, ¿cómo pueden ayudar al desarrollo de una mente espiritual, una imaginación e ideas de vida centradas en Cristo?
Muchos consejeros se pierden en esto. Dirán a sus aconsejados “que son aceptos en Cristo”, pero sólo escucharán como respuesta “yo no me siento aceptado!” Y la tentación es amonestar al que así habla para que no se apoye en sus sentimientos. Los puritanos amonestarían, pero no se quedarían ahí. Reconocían que la verdad debe penetrar hasta el corazón para que haya verdadero crecimiento, y para lograrlo hay que trabajar. Los consejeros necesitan aprender cómo comunicar “imaginativamente”, concretamente. Hay que usar ilustraciones.
Sobre esto, Sibbes dice en su introducción a otro libro “que dado que el camino al corazón a menudo atraviesa la imaginación, el hombre piadoso debe estudiar representaciones vívidas para ayudar la fe de otros mediante la imaginación. De hecho fue el método de enseñanza de Cristo, de expresar asuntos celestiales con ejemplos terrenales...”
William Ames, en su obra “La Médula de la Sagrada Divinidad” [The Marrow of Sacred Divinity], publicada mucho antes que la obra de Sibbes, escribió “tocante a la predestinación, la Escritura no explica la voluntad de Dios con reglas universales o científicas, sino que emplea narrativa, ejemplos, preceptos, exhortaciones, amonestaciones y promesas: porque la manera debe afectar la voluntad, despertar nociones piadosas, el propósito principal de la divinidad.”
Si bien percibimos que estos puritanos hablan de cómo predicar imaginativamente, démonos cuenta que sus palabras aplican a toda clase de comunicación, incluso consejería. El ‘arte de la ilustración’ fue central a su filosofía de la comunicación y se basaba en su entendimiento sobre la imaginación. Los mejores conferencistas puritanos literalmente inundaban sus discursos con metáforas e imágenes literarias vívidas. La imaginación es pensar viendo, distinto a la razón. La teología de Jonathan Edwards unía ambas cosas (razonar y visualizar).
En su libro “Afectos Religiosos” [Religious Affections] J.Edwards nombra un signo de verdadera experiencia cristiana: “nuestras mentes son iluminadas de tal modo que obtenemos visión espiritual apropiada de cosas divinas.” Edwards distingue entre dos falsas visiones de conocimiento espiritual. En una, el “simple conocimiento especulativo”. El conocimiento espiritual lleva la mente a experimentar y disfrutar, no a especular; no es algo puramente intelectual, sino conectado a los afectos. En otra, simple imaginación no es conocimiento espiritual. “Por ejemplo, cuando alguien se emociona frente a un bello atardecer, o por una idea genial o alguna otra cosa extraordinaria, concebirá algo en su mente, pero ello no tiene naturaleza instructiva. La persona no será más sabia, o sabrá más de Dios...”
Habiendo dicho esto, Edwards califica: “no significa que los afectos no sean espirituales por el hecho de ser despertados por algo imaginario. Cuando la mente está ocupada y la concentración es intensa, nuestra imaginación será más fuerte y las ideas más vívidas... pero hay una gran diferencia entre imaginaciones vívidas resultantes de fuertes afectos y fuertes afectos que se levantan ante imaginaciones vívidas. Es verdad que lo primero a menudo existe en muchos casos de gracia; las emociones no son producto de la imaginación ni dependen de ella, todo lo contrario, la imaginación es el efecto accidental o la consecuencia de la emoción, por causa de nuestra naturaleza humana.
Pero cuando los afectos provienen de la imaginación, o se construyen sobre ella -en lugar de cimentarse en iluminación espiritual- tales afectos carecen de valor.
¿Qué vemos aquí? Un balance más cuidadoso y refinado.
Como Ames, Edwards visualiza el objetivo verdad-comunicación como algo que afecta el todo de una persona. Pero Edwards es muy cuidadoso para explicar que la imaginación debe estar basada en una visión iluminada de verdad bíblica. Porque es posible elaborar ilustraciones buenas y fuertes que despierten emociones pero que no afectan el corazón, el centro de nuestro ser. Edwards advierte que nuestra imaginación debe provenir del entendimiento espiritual de la verdad.
¡Un consejero bíblico debe aprender a comunicar verdades cristianas de manera vívida! Enseñar y exhortar así como saber escuchar
6. Los Puritanos vieron que el remedio espiritual esencial es creer el evangelio, tanto para arrepentimiento como para el cultivo adecuado del entendimiento de uno mismo.
En este punto podemos ser concisos porque se ha venido desarrollando en todo el artículo. Hemos visto que las personas en problemas requieren doble terapia: mortificación y mente espiritual. Ambas son dos maneras de aplicar el evangelio al corazón de la persona. En la mortificación, la convicción de pecado y el consuelo provienen de miradas de fe hacia Cristo en la cruz. Es imposible mortificar la carne a menos que la conciencia esté sustentada en la convicción de que la salvación proviene de gracia, no de esfuerzos propios o incluso del arrepentimiento propio. Owen escribe: “el diario ejercicio de fe en Cristo como crucificado, este es el medio fundamental para la mortificación del pecado en general.”
Ahora bien, “mente espiritual” no es otra cosa que el continuo ensayo y deleite de nuestros privilegios en Cristo: acceso al Padre, ser hijos, herencia que no puede perderse, nuestra completa aceptación así como justicia forense delante del Padre. El creyente recibe poder y firmeza y gozo crecientes a medida que conocen la realidad de su posición en Cristo. El espíritu de poder proviene de llena la mente con, reflexionar sobre, actuar de acuerdo con, nuestra posición: hijos, templos del Espíritu Santo, un rey entronizado y que gobierna.
Baxter, por ejemplo, advierte que la depresión se compra “por ignorancia del evangelio, de los pactos de gracia... de que ningún pecado -no importa cuántos o cómo sean- está exento de perdón...” Discute el caso de una persona quien cree que “si su tristeza no es tan apasionada como para provocar lágrimas y aflicción entonces no alcanza perdón.” Su problema es que no consienten “ser salvos más que en sus propios términos”, en otras palabras, es autojusticia lo que mantiene alteradas a tales personas.
Otro ejemplo claro del uso del evangelio por los Puritanos lo provee William Bridge en su obra sobre la depresión: “A mayor humillación por el libre amor y gracia divinos, mayor humildad y menos desaliento... si quieres ser verdaderamente humilde y no desalentado [deprimido]... traza el origen de todos tus pecados en raíces de incredulidad y carga todo el peso de tus tristezas en ese pecado... si un hombre puede ver la fuente original de su pecado, lo principal, será más humilde, ¿y cuál es la fuente de pecado, de todos tus pecados? Incredulidad... si puedes presentar Dios a tu alma teniendo conciencia de Su benignidad, de su bondad intrínseca, entonces no serás nunca desalentado, sino verdaderamente humillado.”
Bridge conecta todo pecado a la incredulidad fundamental, el rechazo al evangelio. El evangelio no ablanda, nos humilla frente al pecado. Y sin embargo nos libra de desaliento porque nos hace ver nuestros pecados como cubiertos.
Otro puritano, William Gurnall, proporciona una detallada explicación de cómo el creyente debe “hablar consigo mismo.” He aquí la diferencia entre un cristiano y un pagano honesto. Este último se valora a sí mismo por su paciencia, temperancia, liberalidad y virtudes morales, que le colocan como superior a otros. Espera que sus prendas le recomienden ante Dios y le procuren felicidad al morir, y se gloría en ello... Pero el cristiano se jacta en el descubrimiento de Cristo, en que por fe son suyas la riqueza y santidad, y se valora a sí mismo por ello como inmerecedor, a causa de lo que es inherente en sí mismo...”
Justicia por obras es la raíz de toda nuestra idolatría. Para luchar contra esto es fundamental que penetre el evangelio y la justicia por fe hasta lo más profundo de nuestro corazón e imaginación. La conciencia humana enferma en lo más íntimo cuando cree que debemos contar con nuestra propia santidad y buenas obras para poder ser aceptos. Justicia por obras deriva de raíces ocultas de auto-adoración, del deseo de ser nuestro propio dios.
Por ejemplo, el poder del ídolo habla así al corazón: “tu vida solamente tendrá sentido, tendrás más valor como persona, si eres popular y amado entre la tropa.” Debajo de ambos ídolos yace el rebelde deseo básico de “ganarse” gloria, significación, auto apreciación de los propios esfuerzos. El impulso para alcanzar estas metas falsas está terriblemente equivocado porque es adoración. Sentimos que hemos de tener ídolos o moriremos. Sólo el evangelio nos liberta de salvación basada en esfuerzos propios. Lovelace escribe de modo sucinto que “ la fe... que se entibia en el fuego del amor de Dios es la raíz de la santidad, contrario a aquella que tiene que robar amor y auto-aceptación de otras fuentes.”
UN MODELO
Intentemos reunir ahora todos los elementos de la Teología Puritana en un modelo de consejería.
A. El hombre es un ser adorador de algo (Charnock).
B. El pecado produce que cada persona se adore a sí misma, sea su propio dios, auto-existente e independiente. El creyente sufre pecado remanente que ha sido destronado pero que todavía busca capturar el corazón para auto-adorarse. El creyente tiene “un nuevo hombre dentro de sí”, creado por el Espíritu (Charnock).
C. Si bien todos procuramos auto-existir, escogemos diferentes rutas para lograrlo. Creemos que podemos alcanzar auto- suficiencia mediante un ídolo. Cada hombre elabora para sí algún tipo de religión idólatra que en esencia implica auto- adoración y se expresa en auto-justicia (Charnock). Podemos citar tres formas idolátricas de la carne (Baxter):
C.1 Idolatría del Poder. “La vida solo tiene sentido -yo sólo tengo valor si- obtengo poder e influencia sobre otros.”
C.2 Idolatría de la Aprobación. “La vida solo tiene sentido -yo sólo tengo valor si- soy amado, soy popular, soy.... etcétera.”
C.3 Idolatría de la Comodidad. “La vida solo tiene sentido -yo sólo tengo valor si- obtengo tal clase de placer, tal calidad de vida.”
D. Los ídolos buscan el control al capturar la imaginación (Owen).
Nuestra característica carnal aparece en la conciencia en forma de imágenes mentales positivas de ciertas condiciones que creemos nos harán felices y plenos. Nuestros deseos o impulsos hacia estas metas son poderosos porque las metas se han convertido en objetos de adoración.
E. La imaginación ahora controlada por la carne distorsiona y miente acerca de la persona misma, del mundo, de las relaciones humanas, de Dios, de la naturaleza de las cosas (Brooks).
F. Las mentiras y distorsiones conducen directamente a pecado grosero, depresión, dureza de corazón, amargura, toda clase de conductas pecaminosas, que conducen a mayor miseria (Brooks).
G. A nivel más profundo, es fundamental erradicar ídolos mediante el proceso de mortificación (Owen).
H. A nivel de la mente, es fundamental reemplazar mentiras con meditación sobre la verdad (Owen, Brooks). Este procedimiento consuela y confronta.
I. Aniveldelaconducta,cerotoleranciaadesobediencias. Santidad de vida requiere práctica continua, disciplina y rendición de cuentas.
Los últimos tres acápites son inseparables. La base de cada uno es fe en la verdad del evangelio. Y fe no es simple cambio de pensamientos sino la combinación de actuar basado en la verdad, sobre la imaginación. Cuando “el fuego prende” entonces la mente se ilumina, hay convicción y gozo en las emociones y luego ocurre de modo natural el cambio de conducta. Mirar en fe hacia Cristo es el único camino para destruir anhelos idólatras porque entonces comenzamos a ver que nuestros anhelos eran caminos ilegales para llegar a ser nosotros mismos lo que Cristo es para nuestra alma.
ALGUNAS IMPLICACIONES PARA HOY
Es muy probable que los Puritanos no se sentirían cómodos en la mayoría de las “escuelas” existentes en el campo de consejería evangélica de hoy. Hallarían a algunos consejeros muy preocupados en “levantar la auto-estima” cuando el problema principal del hombre es su auto-adoración. Y, por otra parte, estarían en desacuerdo con aquellos que ignoran por completo e incluso rechazan la importancia de re-programar el entendimiento propio mediante la penetración del evangelio de verdad. Encontrarían a muchos consejeros bíblicos como demasiado superficiales en sus tratamientos, al pretender simples arrepentimientos de superficie y cambios de conducta.
Y también se encontrarían muy a disgusto con los enfoques de “sanidad interna” que virtualmente ignoran conductas y necesidad de mortificación. De hecho, los Puritanos serían muy infelices comentando sobre las “necesidades no alcanzadas” de la gente porque, en el fondo, creían que ningún hombre tiene necesidades abstractas, sólo su deseo o necesidad de adoración.
Como hemos señalado, los Puritanos serían incapaces de alinearse con cualquiera que enfatizara pensamientos o emociones o la voluntad (conducta) por encima de los otros aspectos del alma, o con cualquiera que enfatizara una facultad como más básica que las otras.
Los Puritanos trabajaban integrando todo el corazón -de manera “wholística” en lugar de holística- mediante enseñanza, exhortación, y consuelo.
Antes de finalizar, he de señalar que los Puritanos podrían aprender algo de nosotros.
Muchos de ellos temían llamar a personas no cristianas al arrepentimiento inmediato. Eran culpables de lo que se ha llamado Preparacionismo. Y muchos Puritanos definían el verdadero espiritualismo en términos tan estrictos que muchos cristianos débiles perdían seguridad sin necesidad. Como ha dicho un maestro, la red puritana “atrapaba ballenas pero dejaba escapar pecesillos.” Pero estas patologías no debieran generalizarse a todos ellos y tampoco obscurecer sus enormes contribuciones.
Por encima de todo, el espíritu de los Puritanos sería muy distinto al de los consejeros de hoy. Hoy, muchos carecen la firmeza, lo directo, la urgencia de los Puritanos. Muchos de nosotros hablamos muy poco del pecado, contrario a lo que hicieron nuestros padres. Y sin embargo los Puritanos fueron sorprendentemente tiernos, consoladores, llamando siempre al consejero a aceptar la gracia de Dios y a ser cuidadosos en extremo para no llamar “pecado” a un problema a menos que se hubiera analizado. Uno de sus textos favoritos fue “la caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará” (Mateo 12:20).
¿Cuándo veremos hombres así otra vez?
Tim Keller. CCEF http://www.ccef.org/puritan-resources-biblical-counseling Tim Keller is pastor of Redeemer Presbyterian Church in New York City.
This article appeared in The Journal of Pastoral Practice Volume 9, Number 3, 1988.
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