jueves, 22 de julio de 2010

Meditación del 22 de Julio

"El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Corintios 5:14-15).


El amor a Dios es el gran principio espiritual que nos lleva del Yo a Dios. "El amor de Cristo nos constriñe", como si fuese el comienzo de todo el discurso del apóstol, porque de aquí arranca y saca fuerzas.


Es el amor propio de un hombre lo que le inclina a buscar el bien para sí. He aquí una poderosa enseñanza para reformar nuestras luchas contra los deseos del Yo natural: "La auto-negación nunca será tan poderosa y conquistadora como cuando esté motivada por el amor a Dios. El amor a Cristo es el mismo corazón de la auto–negación".


Cuando un hombre ama sinceramente a Dios podrá sufrir todas las humillaciones, adversidades y peligros y soportarlo con gozo. El martillo que saca el clavo del Yo natural para meter con éxito el clavo
de la auto-negación, es el amor a Dios. Para entrar por la puerta estrecha que lleva a la vida, no hay elíxir más poderoso que el amor a Dios que nos viene por medio de Cristo.

Este amor es algo tan fuerte, que se hace más poderoso que el instinto natural de conservación para proteger la vida.

Para sujetar y vencer lo natural se necesario un poder sobrenatural: "Y ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte" (Apocalipsis12:11). No hay agua en toda la creación que pueda apagar el fuego del amor a Dios en el corazón del Creyente.

Más aun, que el amor a Dios está más cerca de nosotros y actúa con más poder en uno, que cualquier otra pasión en nosotros mismos.


Veamos un ejemplo del poder de este amor en uno y reflejado en otro: David frente a la persecución de Saúl. Por amor a Dios David le perdonó la vida, y mire la reacción de Saúl: "Luego dijo a David: Tú eres más justo que yo, porque me has tratado bien, cuando yo te he tratado mal. Tú has demostrado hoy que me has hecho bien, porque Jehová me entregó en tu mano, y tú no me mataste. Y Saúl regresó a su casa" (1Samuel 24:17-22).
Cristo tiene el poder de quitarnos la miserable vida que llevamos, y en lugar de ello entregó Su vida por nuestros pecados y nos salvó.
Usualmente nos afecta más lo que los otros sufran por nosotros que lo que puedan hacer por nosotros. Es una ley del cielo que amor con amor se paga. No nos cansemos, pues, de
bendecir, de esforzarnos para pagar los votos de amor y obediencia total que debemos al Señor Jesucristo.


El ejemplo general y particular lo dice así: "Yo no busco mi gloria" (
Juan 8:50). Y en otro lugar se agrega: "Porque ni aún Cristo se agradó a Sí mismo" (Romanos 15:2). ¿Cuándo sabe uno si está agradándose a sí mismo?

Cuando estés más atento a los resultados que al cumplimiento del deber frente a Dios.


Será de muy pobre resultado cuando al final un hombre se dé cuenta que gastó su vida en vanidad, en lo que no aprovecha al alma.

Será de consuelo y gozo inefable cuando pueda decir como el apóstol: "He peleado la buena batalla; he acabado la carrera; he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día. Y no solo a mi, sino también a todos los que han amado su venida" (2Timoteo 4:7-8).


Asegura preferir los intereses de Cristo antes que los tuyos propios. Porque si por amor a Dios logras olvidarte de ti mismo, el Señor se acordará mejor de ti. Toma entonces el debido cuidado de tu deber, deja los resultados en las manos de Dios, El cuidará de ti.

Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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