"Pon, oh Jehová, temor en ellos; conozcan las naciones que no son sino hombres" (Salmo 9:20).
La prosperidad terrenal hace olvidar lo que somos. pero la debilidad nos lo recuerda. El original del ser humano es polvo de la tierra y todos volverán de donde fueron tomados.
Por ese defecto natural que tenemos, hemos de cultivar humilde sentido de nuestra original bajeza e indignidad pecaminosa en medio de la prosperidad.
Somos muy dados a pensar siempre por encima de la realidad. En medio de la vanidad solemos perder el conocimiento de nosotros mismos, como dice el salmista: "Pon, oh Jehová, temor en ellos; conozcan las naciones que no son sino hombres" (Salmo 9:20).
Hay hombres que están por encima de otros, pero delante del Creador todos son como nada, y ninguna de las cosas materiales los hará mas aceptos frente al Señor, aunque halla diferencia en la tierra.
Un pasaje bíblico nos enseña cuán inciertas son las cosas de este mundo que llamamos maravillosas: "había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino... Había también un mendigo llamado Lázaro, lleno de llagas..." (Lucas 16:19-22).
El menesteroso presentaba un espectáculo miserable, pero también tenía alma inmortal, llevada por los ángeles a Dios; pero el otro, un ricachón, fue echado en el infierno.
Esta consideración debiera llevarnos a pensar con cordura y humildad de nosotros mismos. Porque sería una afrenta a nuestra razón estar maravillados de apariencias o sentirnos orgullosos de vanidades pasajeras. Al contrario, debiéramos siempre estar conscientes que lo único nuestro es el pecado y la miseria, para exclamar como Jacob: "Menor soy que todas las misericordias y toda la verdad que has usado para con tu siervo" (Génesis 32:10).
A mayor humildad en el corazón, más del cielo en el alma.
Es esa compostura del entendimiento lo que nos prepara para recibir las gracias y consuelos del Espíritu Santo en un grado excelente. Días después de esa humilde declaración, y luego de una larga sección de oración, el patriarca Jacob agregó: "Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma" (v.30).
La enseñanza divina debe ser persuasiva para estimularnos a cultivar la humildad "porque Dios resiste al soberbio." Priva de tesoros espirituales a quienes se valoran ellos mismos y se inflan por lo que de este mundo poseen. En cambio, "Dios da gracia al humilde": un adecuado sentido de nuestras debilidad e indignidad nos hace partícipes de las bendiciones del cielo.
"Si buscamos estar en la boca de los hombres con el fin de vivir en sus conversaciones, entonces Dios nos aborrece...Por tanto, trabajemos para hacer el bien en lo secreto. Los cristianos deben ser como los minerales, ricos en las profundidades de la tierra."
Este es un excelente remedio contra el mal de la prosperidad, porque el amor a las cosas terrenales no busca otra cosa sino tratar de ganar la opinión favorable de las criaturas, ser el plato de conversación de los hombres.
La humildad mata eso.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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