Ayer por mi calle pasaba un borrico,
el más adornado
que en mi vida he visto.
Albarda y cabestro eran nuevecitos,
con flecos de seda rojos y amarillos.
Borlas y penacho llevaba el pollino,
lazos, cascabeles
y otros atavíos.
Y hechos a tijera con arte prolijo
en pescuezo y anca
dibujos muy lindos.
Parece que el dueño que es -según me han dicho-
un chalán gitano
de los más ladinos,
vendió aquella alhaja a un hombre sencillo.
Y añaden que al pobre le costó un sentido.
Volviendo a su casa, mostró a sus vecinos
la famosa compra,
y uno de ellos dijo:
-veamos, compadre, si este animalito
tiene tan buen cuerpo como buen vestido.
Empezó a quitarle todos los aliños
y bajo la albarda, al primer registro,
le hallaron el lomo, asaz mal herido
con seis mataduras y tres lobanillos,
amén de dos grietas y un tumor antiguo
que bajo la cincha estaba escondido.
"Burro -dijo el hombre-, más que el burro mismo
soy yo que me pago de adornos postizos."
A fe que este lance no echaré en olvido,
pues viene de molde a un amigo mío,
el cual a buen precio ha comprado un libro
bien encuadernado que no vale un pito.
Que las apariencias engañan...
Tomás de Iriarte (1750-1791)
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