"Entonces vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo: Jehová Dios de David tu padre dice así: He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días quince años." (Isaías 38:5).
Dios siempre oye la oración, pero las oraciones llenas de afecto y en especial mojadas con lágrimas tienen audiencia particular en el cielo: "He oído tu oración, y visto tus lágrimas". Es deber y necesidad clamar a Dios cuando se nos estreche la vida tal como hizo aquí Ezequías, y podrá suceder que El envíe a uno de Sus ministros para que sea nuestro consolador y nuestro médico.
Ezequías se limitó a decir al Señor que durante su vida se entregó a serle agradable y que ahora en su muerte, cuando el sentido de debilidad se hace más pronunciado, quería también seguir siendo suyo, como si hubiese dicho: Si yo vivo o muero que sea para ti.
Había hablado solo de su integridad, no obstante Dios le hace abundante promesas: "He aquí que yo añado a tus días quince años" (v.4), lo cual implica que también sería sanado de su mal. Es la única vez en la Escritura que un hombre conoce la fecha precisa de su muerte con tanta antelación, y siendo un hombre justo, de seguro que haría buen uso de tan extraordinario conocimiento, no todo el mundo está capacitado para pre-conocer asuntos de esta naturaleza.
Hay otras dos promesas: su liberación personal de los enemigos, y la liberación de Jerusalén: "Y te libraré a ti y a esta ciudad, de mano del rey de Asiria; y a esta ciudad ampararé" (v.6).
Al considerar esta promesa uno se pregunta por qué Dios la agregó al rey.
La posible respuesta es que Ezequías lloró no solo por causa de su enfermedad sino que se entristeció pensando en la situación de Jerusalén si moría, pues todas las reformas podían perderse: "El quitó los lugares altos, y quebró las imágenes, e hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel" (2 Reyes 18:1-4). Quitó la idolatría e instituyó la verdadera adoración. La causa de su dolor fue su amor a Dios y a Su Iglesia.
"Vuelve y di a Ezequías, el soberano de mi pueblo: "Así ha dicho Jehová, Dios de tu padre David: he oído tu oración y he visto tus lágrimas. He aquí, te voy a sanar; al tercer día subirás a la casa de Jehová. Añadiré quince años a tus días, y libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria. Defenderé esta ciudad por amor a mí mismo y por amor a mi siervo David" (2 Reyes 20:5-6). Entre las promesas el Señor le dijo: "Al tercer día subirás a la casa de Jehová", Dios tiene un amor muy especial por aquellos que aman Su Iglesia.
Una cualidad distintiva de aquellos a quienes Dios cuida con marcada ternura en la hora de su muerte, es que aman la Iglesia de Cristo, la habitación donde se adora el Nombre del Creador.
Hay un hecho muy destacable en nuestro relato del amoroso cuido que Dios tiene sobre sus hijos a la hora de la muerte, que manifiesta Su poder para dar satisfacción a la fe de sus siervos fieles: "Y esto te será por señal de parte de Jehová, que Jehová hará esto que ha dicho" (v.7-8). Hubiera sido suficiente la misericordia que le concedió, pero le agrega una señal para estimular su confianza. Ese día fue cuarenta minutos más largo de lo habitual.
Nuestro tiempo presente es ordinario, Dios no nos dirá el tiempo de nuestra muerte como lo dijo a Ezequías, pero sí nos ha dado fe para que veamos la realidad de la muerte y que esta verdad influya sobre nuestra conducta, por causa del amoroso cuido que el tiene para con sus hijos.
Si eres buen hombre no podrás deleitarte en tu prosperidad a menos que también veas prosperar la Iglesia. Dios prometió a Ezequías que no solo le prolongaría su vida sino que también habría de concederle ser testigo gozoso al ver el bien de la Iglesia. La idea de imaginar a Jerusalén sitiada entristeció el corazón del rey.
Quien no ame la Iglesia no será un verdadero hijo de Dios, la congregación de los comprados por la sangre de Cristo. Los que nacieron en Santiago aman Santiago, y como todos los creyentes en una manera u otra nacieron en la Iglesia, por necesidad aman la Iglesia.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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