jueves, 8 de julio de 2010

Meditación del 8 de Julio

"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí" (Juan 14:1).

Dios es la fuente de toda bondad, hermosura, felicidad y de todo bien, y Cristo, como Mediador es el único camino de llegar a Dios. Y como Redentor es también a quien pertenece el cuidado y preservación de la Iglesia. Vemos esta amorosa cualidad de nuestro Salvador en el pasaje, la ternura como el Señor cuida de todos y cada uno de los creyentes.


"Simón Pedro le dijo: Señor, ¿a donde vas? Le respondió Jesús: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; pero me seguirás más tarde. Le dijo Pedro: Señor, ¿por que no te puedo seguir ahora? ¡Mi vida pondré por ti! Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo que no cantara el gallo antes que me hayas negado tres veces" (Juan 13:36-38). Luego de reprender a Pedro por su arrogancia ignorante, a seguidas trae dulces palabras: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (v.1).

El pasaje no dice la manera como manifestaron sus temores, pero sí dice cómo Cristo tomó cuidado de ellos, pues El sabe todos nuestro secretos, todas las heridas de nuestras almas. De modo que no sólo está enterado de cómo estamos afligidos sino también cuánto nos afectan nuestras aflicciones, hasta qué profundidad han herido el corazón. El alma de los suyos es como un especial tesoro que El cuida celosamente, con mucha ternura. Note que ellos aún no habían hablado, y ya venían de Sus labios las palabras de compasión: "No se turbe vuestro corazón" (v1).

En su etimología la palabra turbación significa desorden, confusión o agitación de espíritu. El mismo sentido aplica a las aguas del mar cuando no pueden estar quietas. En el caso presente se refiere al miedo o peligro imaginario que se avecina. Cristo les había dicho no solo que se iba, sino que se iba en una nube de sufrimientos y cuando ellos oyeron estas cosas se desvanecieron todas sus esperanzas.
Es como la joven cristiana que tiene anhelo y legítima esperanza de casarse y ha puesto su esperanza en Cristo para la solución de su necesidad, pero al transcurrir los días la imaginación carnal le hace ver sus esperanzas frustradas y el corazón le dice que su cristianismo le es perjuicio, entonces se turba. Mire usted que la turbación de ánimo de los apóstoles se produjo cuando ellos vieron sus esperanzas terrenales frustradas, ya que estaban a la espera de un Mesías lleno de pompa y gloria terrenal, había en ellos un anhelo profundo por ser alguien de renombre en las cosas de este mundo, pero Cristo no se limita al caso particular de la expectativa mesiánica de ellos, sino que da una encomienda de carácter general, donde todos somos incluidos: "No se turbe vuestro corazón" (v1).

Las causas generales de turbación son egoísmo y amor por las facilidades y beneficios de la carne, o los placeres, provechos y honores de este mundo. Los hombres que andan en busca de grandes cosas en este mundo, serán abrazados con desalientos, frustraciones y depresiones, de lo cual los creyentes no están exentos. Pero Salomón nos dice cuál será el resultados de buscar lo terrenal: "Miré todas las cosas que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo es vanidad y aflicción de espíritu" (
Eclesiastés 1:14). Tales cosas no dan felicidad, y peor aún, acarrean mucho problema y aflicción sobre el corazón de aquellos que con diligencia andan en tal búsqueda. En ese contexto Cristo muestra su cuido por el alma de los apóstoles y también de todos nosotros al decirnos con tierna y compasiva voz: "No se turbe vuestro corazón" (v1).

Es necesario señalar que nuestro Señor no dice que seamos insensibles a tales deseos, o indiferentes a la búsqueda de las cosas terrenales, sino que no carguemos el corazón con esas cosas. Uno puede montar un caballo y otra muy diferente es montar el caballo sobre uno. Hacer uso de lo terrenal es diferente de amarrar el corazón a esas cosas.

"Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos; y era aquel varón mas grande que todos los orientales". Sabemos que Job lo perdió todo y le produjo tristeza, pero como su corazón no estaba cargado ni amarrado a esas cosas pudo decir: "Jehová dio, y Jehová quito; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno" (Job 1:3,21). Poseía muchos bienes de este mundo, pero esos bienes no poseían su corazón, ni estaba cargado por ellos. Mire usted cómo dice el escritor divino: "En todo esto no pecó Job". El patriarca guardó su alma, la cuidó contra su enemigo mortal, el pecado.

Cuidemos los bienes terrenales, pero que sea mayor siempre el cuidado de nuestra propia alma. Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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