miércoles, 21 de julio de 2010

Meditación del 21 de Julio

“Y le dijeron: Mujer, ¿Por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Juan 20:13).


Mucho ama a quien se le han perdonado muchos pecados, y Jesús había echado de Maria Magdalena siete demonios (Marcos 16:9), ella mucho le amaba. Fue la primera que vino al sepulcro a servir a su Maestro después de la muerte, muy de mañana vino presurosa a rendir honra al Salvador.

Los ángeles sabían muy bien la razón de sus lágrimas y el por qué la tumba estaba vacía, entonces: ¿Por qué le hicieron la pregunta del verso y no le informaron de inmediato?


Primero para enseñarnos la simpatía de los ángeles por todos y cada uno de los creyentes. Cuán pendientes están por las tristezas de los hijos de Dios. Se interesan no solo de nuestras alegrías sino también de nuestras lágrimas. Son espíritus ministradores que se gozan en ver los hombres enfermos de amor por el Señor Jesús.

Segundo es que se trata de un tierno reproche: “¿Por qué lloras?" No había causa para llorar, era para saltar de alegría pues el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba como El mismo había predicho. Muchas de nuestras lágrimas se secarían al instante si pudiéramos considerar y recordar las Palabras y las promesas del Señor Jesús.

Tercero. la pregunta fue para abrir conversación y luego informarle aquella verdad que transformaría su lamento en gozo, quitarse la ropa de luto y vestirse de un traje de alegres colores.


Supongamos un pobre hombre tratando de vadear aguas profundas con dos niños a sus espaldas. Al ver el enorme peligro los niños empiezan a llorar de miedo, y el hombre les dice: ‘Cierren la boca mis niños, porque les prometí que salvaría sus vidas’. Llega a la otra orilla y enjuga sus lágrimas. Del mismo modo Cristo tenía en la tumba a todos los elegidos sobre Su espalda, colgando legalmente de Su cuello y Sus brazos. Todos los creyentes fuimos bajados con El al sepulcro y de allí nos levantó para el cielo. El pueblo de Dios es fortalecido en la presencia así como en la ausencia de Cristo.


Cuando la noche llega se acentúa nuestra estima y valor por los rayos del sol, cuando Cristo parece esconderse aumenta en el creyente el deseo de volver a experimentar las muestras y seguridades de Su amor. Al comer, los alimentos nutren y fortalecen el cuerpo pero cuando el agua o el alimento escasean aumenta el apetito o la sed, para que cuando se obtengan el aprovechamiento sea mayor, porque la mejor salsa de toda comida es el hambre, y el mejor ingrediente de todo refresco es la sed.

Desear a Cristo cuando se ausenta es prueba evidente de amor. Por esta razón es que ciertas disciplinas justas en la iglesia son convenientes, pues se podrá saber de qué está hecho ese corazón. Si al privarnos de la mesa del Señor aumenta el deseo de salir rápido de esa falta de comunión, será evidencia si valoramos la comunión con Cristo y Su pueblo. Son como males necesarios.


La ignorancia de fe puede estar presente en un corazón bueno y creyente. Un verdadero hijo de Dios como
Nicodemo puede amar la compañía y las instrucciones del Señor, y aún así tener una gran ignorancia de El. Maria Magdalena amaba entrañablemente al Señor pero ignoraba ciertas verdades de la vida y de las promesas de Dios.

La incredulidad borra la memoria espiritual. Los discípulos le siguieron por donde quiera que El iba, y sin embargo fueron tardos de corazón para creer las Escrituras: “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo los que los profetas han dicho” (Lucas 24:25).


Nuestras almas son como una guitarra con una cuerda rota o desentonada. Nuestras mentes y afectos son como una pierna rota o tullida.

Esto es, que tenemos mucho conocimiento en la cabeza pero nuestro amor es frío como el hielo, porque con suma facilidad cualquier viento de conocimiento natural o mundano nos enferma, y saca de nuestra memoria las verdades inmutables y las fieles promesas de la Palabra de Dios.

Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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