sábado, 8 de mayo de 2010

Meditación del 8 de Mayo

“En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.” (Salmos 94:19)


¿Cuál es tu aspiración más anhelada? Ser feliz. Esto es, vivir en el paraíso de Dios. Ese es el anhelo de todo ser humano.

Sí, el paraíso es un lugar de superabundante deleite, pero el camino que conduce hasta allá está alfombrado de poco gozo y pavimentado con mucha tribulación. No hay ser humano de este lado del cielo exonerado de aflicción, muchos menos el creyente, las naranjas que Dios ha escogido para que llenen de jugo Su vaso.

Es cierto que la vida natural es un ir cuesta abajo pero la vida cristiana es lo contrario: el creyente está subiendo hacia el cielo y en su peregrinar hay un continuo lamento.

No que necesitemos las amarguras de esta vida para que el cielo nos sea dulce, sino que agradó a Dios llevarnos de las calamidades al gozo eterno en los cielos, o perfeccionar nuestra salvación por medio de sufrimientos, o llevarnos tal cual Cristo, de la humillación a gloria. Perfeccionarnos por medio de sufrimientos.


Cuando consideramos la vida de David de inmediato sabemos lo mucho que sufrió. Vivió como si tuviese veneno en la sangre: de la cintura hacia abajo, muchas aflicciones y de su cintura hacia arriba, poco consuelo. Esa fue su vida. Fue un hombre muy atribulado.

Sin embargo siempre encontró sostén en Dios.

Porque quien sufre en esta vida y no halla sostén en Dios, es muy posible que nunca vea el cielo ni siquiera de lejos. Son dichosos los que sufren en el Evangelio. Si un hombre está enfermo y no coopera para curarse, entonces poco podrán hacer los médicos. Pero si el paciente y el médico se ponen de acuerdo para combatir la enfermedad entonces la curación está cerca.


De manera semejante ocurre con los problemas del alma. Si el alma actúa con fe, y Dios con Su gracia, entonces la depresión se va, la mente es curada.

Eso aprendemos de David en este salmo; nótese: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”. Sintió el ataque de los malos pensamientos que conducen a depresión, trajo el espíritu de consolación y sus tristezas se fueron. Terminó su día, no triste, sino consolado.

Esta es la manera bíblica o eficaz de consolar el alma: el paciente tiene que o debe cooperar con la gracia de Dios y alcanzará consolación. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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