“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21).
En este verso podemos ver tres asuntos: Uno, amor a Cristo u obediencia a sus preceptos. Dos, los que así andan serán iluminados. Tres, sentirán el amor de Dios en sus pechos, o experimentarán deleite.
Sabemos que amor y deleite son inseparables. No es un mero obedecer para recibirlo, sino que deleitarnos en Dios se disfruta en la calle llamada amor obediente.
Es difícil de explicar ya que se trata de una experiencia: “Será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Dios ha de comunicarse El mismo a sus hijos.
Es un premio, un fruto, el disfrute del amor de Dios en el alma creyente.
Y debemos decir que este deleite no es común sino peculiar del verdadero cristiano; lo recibe a manera de recompensa como si Dios en Su maravillosa gracia premiara el amor y lealtad del creyente.
La Biblia habla de asuntos que sólo pueden ser entendidos de manera individual y no existe forma de describirlo fielmente: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:17).
Aunque individual, es un deleite claro, distintivo e incuestionable, y esto por su procedencia y efecto. El deleite que llega de las criaturas podría ser claro, distintivo, pero débil y de corta duración, al poco tiempo uno se siente vacío.
Pero el deleite divino excede todo lo humano o creado, es profundo, permanente en el corazón creyente. Aun siendo una iluminación o conocimiento es una experiencia real que toca los cimientos más profundos de nuestro entendimiento y sentimientos, llega a la raíz de la propia vida del hombre creyente. Escuche el canto de uno que conoció el deleite divino en su propia experiencia: “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmo 36:9). Su expresión es de triunfo, gozo, alegría, y note cómo conecta la iluminación con el deleitarse en Dios.
Hermano amado: solemne y tiernamente te invito al amor de Cristo.
Tú has andado con Cristo por muchos años, posees un buen testimonio, pero todavía hay mayores tesoros para ti, para el deleite de tu alma y la intensa emoción de tus sentimientos.
Espero y estés de acuerdo conmigo en que la idea y experiencia del deleite cristiano lo sientes lejano por esta sencilla razón, que amamos poco a Cristo, y en consecuencia sus buenos efectos en uno son tan débiles cuando no prácticamente desconocidos.
Por tanto, ha de ser tu mayor empeño no cesar de amar a Dios, antes de que el deleite esté en tu corazón. El deleite no va antes que el amor, sino después. Tú debes amar a Cristo sincera y fuertemente y entonces te deleitarás en El, como está escrito: “El que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” (Juan 14:21).
Dios comenzó en tu corazón y te salvó, ahora ámale con todas tus fuerzas, y vuelva a ti con una bandeja de deleite. Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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