sábado, 22 de mayo de 2010

Meditación del 22 de Mayo

“Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Le contestó: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16).


Amor al hermano es hijo de la piedad. Quien ama a Dios por Su propia causa, de seguro que amará a su hermano: el amor de Pedro por Dios le capacitaría amar a los que son de Cristo.

El río del amor nace allá arriba, en la fuente de la piedad. Quien beba agua del cielo, tendrá el cielo en sus venas y podrá soportar las debilidades del hermano.


La tendencia nuestra es amar y soportar a quienes son recomendados por los grandes hombres o por su propia grandeza, pero el mandato de Dios es amar aquellos que son recomendados por Cristo: “Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos. Y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden retribuir, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (
Lucas 14:13-14).

Aplicado al tema es soportar a los más débiles, ser compasivos con los que nos ofenden.

La semilla del amor al hermano es tan poderosa que puede germinar y dar buenos frutos aún en tierra no apta, porque tu recompensa está en Cristo ama a los que Cristo te recomiende.

Es válida la encomienda que nuestro Señor dió a sus discípulos: “Si hay allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; pero si no, volverá a vosotros” (Lucas 10:6). Si soportas con paciencia en amor a tu prójimo, y el prójimo es bueno, tu paciencia hará bien a otro; y si la persona no es buena, la paciencia y el amor empleado no se perderán, volverán a ti. Aun cuando pudieras toparte con alguna cizaña, si ese fuera el caso, con todo y eso el Señor es bueno: hagamos Su voluntad. La indignidad del beneficiario no quitará tu celeste recompensa. Cuando hagas el bien a otro, lo estás haciendo a ti mismo.


No debiéramos esperar que los otros nos soporten si no estamos dispuestos a hacerlo así con los hermanos. Cada uno de nosotros tiene fallas y errores, y en eso seamos cuidadosos por equidad y justicia, porque Dios paga con palos a los que dan palos: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1). Si no practicamos amor en soportar a los demás, tampoco lo recibiremos cuando más lo necesitemos.


En lo particular,
es muy reprobable que quien tenga sus deudas perdonadas tome por el cuello a su consiervo y no le muestre misericordia: “Así también hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano” (Mateo 18:35). Piensa del amor de Dios que fue tan paciente con nosotros mucho antes de que recibiéramos la luz de la verdad y fuésemos llevados a la obediencia.

Soportémonos unos a otros, y sobre todo nosotros, atados como mellizos, hijos de Dios e hijos de una misma patria.

Que se diga de nosotros, como es dicho de una de las Iglesia de Apocalipsis: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia” (Apocalipsis 3:7). Que por amor a Cristo nos amemos y soportemos en paciencia unos a otros, en amor.

Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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