jueves, 6 de mayo de 2010

Meditación del 6 de Mayo

“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Romanos 15:4).


Las Escrituras nos pertenecen, de modo que si alguien pasa por tribulación, y por medio de la lectura de la Biblia o por la predicación encuentra consuelo, esa consolación le capacita para que luego pueda traer a otro que esté atribulado a la misma fuente de consuelo que él ha recibido, que el bien se siga multiplicando, porque "Dios es Padre de misericordias".

Al escribir su experiencia el salmista hizo eso, óigalo: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” (Salmo 94:19). Lutero solía decir que 'Un hombre que es muy bendecido, es un hombre que ha sido muy atribulado."


Y el apóstol trae la razón o argumento divino: "Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación" (2Corintios 5). Las tribulaciones del creyente son parte de los sufrimientos de Cristo, y esta es la razón por donde inicia el consuelo en medio de nuestros dolores, la manera de hacernos semejantes a nuestro Señor Jesucristo, la razón de la alabanza: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”.

Sólo en Cristo podemos hallar cruz y consuelo; lo amargo y lo dulce. Pero lo bueno es mayor que lo malo, y aunque las aguas de la aflicción inunden toda la tierra el Arca de Dios siempre estará por encima de las aguas.


Volvamos al salmista: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”. El versículo contiene dos etiquetas. La primera cláusula le llamaremos “lágrimas de un creyente”; y a la segunda, “sus alegrías”.

Cada una de tus lágrimas, amado hermano, atrae consolaciones divinas. La tierra sería un infierno sin estos consuelos. El infierno es un lugar donde no hay consuelos. Como no somos del infierno, cada vez que somos atribulados de inmediato el cielo dispone que más temprano que tarde vengan a los creyentes lluvias de consolaciones. De esta manera el creyente en sus tribulaciones y aflicciones parece medio confundido pero en sus consuelos medio salvado o liberado.


Vemos el ejemplo en la vida del hijo de David, el Mesías: unos lo pintaban de incrédulo, y a otros les parece un verdadero creyente. Unos lo meten al infierno y otros lo sacan.

La vida del creyente sobre la tierra es semejante a ello, por un tiempo caen en aflicciones como si estuviesen en el mismo infierno y en otros tiempos saltan de alegría. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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