“El escribiros las mismas cosas a mi no me es molesto, y para vosotros es más seguro” (Filipenses 3:1).
En general, las repeticiones suelen ser necesarias. Es cierto que son molestas a la carne, pero provechosas en la gracia.
La mayoría de los hombres tienen un amor adúltero a la verdad: se entusiasman e interesan mientras sea nueva y fresca, pero tan pronto se la repiten, se inclinan a la mundanalidad. Los israelitas se cansaron del maná aún cuando era alimento celestial. Un puritano decía que parcialmente se debe a la impaciencia de la culpa, como son culpables les molesta oír de nuevo la verdad, y en lugar de humillarse se irritan. La repetición de reproches y amonestaciones es como vinagre sobre la herida, gravoso sobre una conciencia culpable, pero esas repeticiones son a veces muy necesarias para curarnos del mal.
Que no te sea gravoso oír las mismas verdades presionando sobre tu corazón.
Las verdades comunes no son tan claras a tu boca, ni muy caducas a tus oídos. Si alguna vez te tocara oír un sermón repetido, considera la providencia de Dios: “¿Acaso no se venden dos pajaritos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el consentimiento de vuestro Padre” (Mateo 10:29). Piensa que quizás tu corazón necesita oír otra vez. No desprecies la sabiduría divina, aunque sea repetida.
Generalmente oímos los sermones con un corazón no mortificado, o sin la debida preparación piadosa. Dios te da la siguiente recomendación: “Si alguien se imagina que sabe algo, aun no sabe nada como debiera saber. Pero si alguien ama a Dios, tal persona es conocida por el” (1Corintios 8:2-3). Dios ha visto que no vives a la altura de lo que El mismo te ha hecho conocer, por eso te trae de nuevo esas verdades.
Cuando en música un hombre oye una agradable melodía le agrada volverla a oír. Escuchar por segunda vez las Escrituras es dulce a un corazón gobernado por la gracia. Es vanidad y glotonería negarse a comer el mismo alimento dos veces seguidas. Un ejemplo: “Jesús le dijo por tercera vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijera por tercera vez: "¿Me amas?” (Juan 21:17).
A los pecadores no les agrada que se sospeche de ellos, porque se les revive la culpa. Si algún día es ese tu caso; entonces sé humilde, sincero, transparente, como lo fue Pedro, y mucho bien entrará a tu alma. Amén.
P.Oscar Arocha. www.ibgracia.org
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