miércoles, 17 de febrero de 2010

Meditación del 17 de Febrero

“Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi padre; más ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios ya vuestro Dios” (Juan 20:17).


No es una negativa cerrada, sino dilación o posposición a la petición, aunque sabemos que es de una naturaleza diferente a como ella veía las cosas.

Leer las promesas de los escritos de los profetas, y oírla de la boca de los ministros de Dios es bueno, pero es mucho mejor cuando leemos de los labios de nuestro hermoso Salvador, y cuando la dice en el lenguaje de la fe, porque la fe trae las cosas futuras del alma como si fueran presentes: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios".

Este mensaje, que el Señor Jesús envió a sus discípulos está lleno de consuelo y santo estímulo, porque hacía apenas tres días que lo habían abandonado vergonzosamente y huido. Sin embargo, ahora les habla como si los hubiese perdonado y olvidado todo. Su interés presente fue rescatar los que se habían extraviado; traerlos a la luz para tranquilizar sus conciencias, infundirles nuevo ánimo y restaurarlos en un todo a su anterior comunión.

Al ver esta escena, uno dice: De cierto que cada ser o cosa tiene su propio lugar de descanso, y no descansará hasta que no haya llegado a su posición de balance. Los cristianos son hijos de Dios, nacidos de arriba, de lo alto, de modo que ninguno de los Creyentes podrá encontrar completo descanso hasta que no haya llegado al cielo: Nacimos de Dios y hacia Dios vamos. A donde subió nuestro Redentor, hacia allá vamos.


Algo más, que nuestra relación con Dios, como resultado de nuestra unión con Cristo mediante la fe, es un inefable consuelo. Hablando de esa inextinguible fuente de luz, vida y bendición, nuestro Señor dice: “El es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (v.17). La frase es reveladora de la cercana relación que existe entre Cristo y los creyentes, como también se revela en otro lugar: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Hebreos 2:11).

Esto es, que la misma naturaleza espiritual, o el principio de vida está en la cabeza, y en los hijos, miembros del cuerpo de Cristo. Otro consuelo más: La gloria o excelencia de un cristiano, y la gran condescendencia de Cristo en llevarlos a una relación tan gloriosa y cercana, o la manera admirable en que obró la unión de ellos: “El es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (v. 17).


Nuestro Salvador ascendió para preparar un lugar para los Suyos, y está listo para recibirlos. El fue a la muerte por nosotros, y ahora está preparando gloria para nosotros; El fue a preparar una mesa, tronos y excelente gloria para los que mediante el don de la fe han unido sus almas y sus intereses con El. Cristo ha entrado en gloria para luego compartirla con Sus discípulos. El mensaje de nuestro texto es como aquel enviado por José a Jacob: “José vive aún; y es el señor en toda la tierra de Egipto” (Génesis 45:26).

Aplicado hoy: que los poderes en los cielos y en la tierra son de Cristo. Amén.

P.Oscar Arocha.www.ibgracia.org

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