“Y llegando a los límites del Jordán que está en la tierra de Canaán, los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés edificaron allí un altar junto al Jordán, un altar de grande apariencia” (Josué 22:10).
No fue para hacer sacrificios sino como un recuerdo o memorial al Dios que habían servido. Lo primero fue asegurar la verdadera religión. Para un corazón creyente el mundo es inferior en valor, y así también debe serlo en estima y planes.
Nadie que compita con Dios podrá conocerle correctamente.
Un contraste: Hay personas que se mudan a otra ciudad, u otro país, y lo primero que aseguran es su trabajo la escuela de sus hijos, pero no la Iglesia. También hay personas que aceptan ciertos empleos pero no se toman el trabajo de indagar como afectaría eso su fe, o el día del Señor u otro asunto espiritual, sino que su motivación es progreso económico puro y simple. Eso sería contrario a la virtud de estas familias. Así se originó este altar.
Ahora veamos la reacción de sus hermanos: “Y los hijos de Israel oyeron decir que los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés habían edificado un altar frente a la tierra de Canaán, en los límites del Jordán, del lado de los hijos de Israel. Cuando oyeron esto los hijos de Israel, se juntó toda la congregación de los hijos de Israel en Silo, para subir a pelear contra ellos” (v.11-12). En sus mentes era imposible imaginar un altar sin sacrificio, sin tabernáculo, sin preceptos ni mandamientos, y que eso no fuera contra Dios y Su Palabra.
Su sospecha fue razonable, tuvieron celos, aunque sin suficiente conocimiento.
Esto no quita que se apresuraron en hacer juicios conclusivos contra sus hermanos.
Hasta hace poco habían gastado años peleando contra los cananitas o incrédulos, y tan pronto como se enteraron de este altar, concluyeron que sus hermanos se habían vueltos impíos y por tanto había que pelear contra ellos.
Las vueltas de la vida. Rubén y los demás les habían ayudado a conquistar sus tierras, y ahora Israel se levanta para sacarlos de las suyas. El odio de la sospecha de idolatría les hizo olvidar la sangre de hermanos, y los beneficios obtenidos (v.2). Los rubenitas habían sido sus campeones, y ahora por su idolatría hay que barrerlos de la tierra.
Uno se pregunta: ¿Cómo hubiesen reaccionado estos hombres si hubiesen visto las familias de Israel danzándole al becerro de oro hecho por Aarón en el desierto?
La sospecha fue razonable, pero el celo era infundado, inapropiado, carnal, terrenal, humano.
Hay aquí una gran enseñanza: Cuando se nos altere el espíritu por motivos religiosos, entonces hay que oponerlo con fuerza. Matar el gallo en la funda, pues luego pudiese no ser posible controlarlo.
Que cada impulso religioso que te mueva al celo en contra de tu prójimo, sea puesto bajo sospecha y oposición, pues no poca impiedad inicia así. Cuida los impulsos de tu corazón, aun cuando tengan ropaje religioso. Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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