sábado, 20 de febrero de 2010

Meditación del 20 de Febrero

"De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19).


Cuando se dice que la voluntad de Dios se ha hecho con ligereza, es porque será hecha forzadamente y de último. Pues hacerla bien requiere que sea libre y de primero. Si una ciudad ha sido sitiada y después de muchos ataques es capturada, la ciudad no se rindió, sino que fue vencida. Tampoco puede decirse que nos hemos encomendado a la voluntad de Dios si para ganar Dios tiene que darnos martillazos hasta quebrar nuestra voluntad.

De manera que una cosa es que nos quiebren la voluntad y otra que hayamos cedido libremente a Dios. Cuando a Faraón se le agotaron los recursos para impedir la salida de los israelitas, entonces fue que renunció a su voluntad y los dejó salir: "E hizo llamar a Moisés y Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho" (Exodo 12:31).

Faraón resignó su voluntad a la de Dios porque no podía hacer otra cosa. Hacer la voluntad de Dios o encomendarnos a Su voluntad, no es algo forzado, ni de último; sino libremente y desde el principio. Jesús no dijo: Mi Padre me ha mandado a beberla, sino: "¿No la he de beber?" (v.11). Sus palabras denotan un firme resolución. No de último, sino libre y de primero. No mencionó la necesidad de honrar las Escrituras, sino la voluntad del Padre.

Jesús tuvo en consideración las Escrituras y eso es obvio por sus palabras, pero la esencia es que cumplió la voluntad del Padre por un principio de amor. Semejante lenguaje encontramos en José cuando fue tentado: "¿Cómo, pues, haría yo esta gran maldad y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9).


En las palabras de Cristo hay algo más que simple obediencia. Es como si dijera: "Es mi Padre, El me ha mandado a beber esta copa, ¿cómo no la beberé?"

El amor es lo que ha de mover la obediencia de cualquier cristiano.

El amor es el cumplimiento de la Ley; así fue en Cristo, en los apóstoles y en todo verdadero creyente.


¿Cuándo hacer esta encomienda de nuestras almas a Dios? ¿Haciendo qué cosas nos resignamos a la voluntad del Padre? En sentido general, la respuesta es la siguiente: "Cada día muero" (1Corintios 15:3). Es una obra diaria, pero especialmente frente a los sufrimientos, el apóstol Pedro lo particulariza así: "De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19). Amén.

P.Oscar Arocha. www.ibgracia.org

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