jueves, 11 de febrero de 2010

Meditación del 11 de Febrero

"Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha" (Juan 18:10).


En la ocasión Pedro ve al Maestro en peligro y, celoso por Jesús, reacciona con violencia. No extraña la reacción de Pedro porque tanto él y los otros discípulos habían prometido al Señor su disposición de dar la vida por El, y sabemos que dentro del grupo Pedro siempre fue el delantero, y así también había sido el primero en defenderlo.

Ellos se habían preparado teniendo consigo dos espadas, y lo habían hecho por la palabras que Cristo les dijo, aunque lo dijo en otro sentido y le mal interpretaron: "El que no tiene espada, venda su manto y compre una" (Lucas 22:36). Pedro tuvo una espada, y lo que hizo fue bueno en parte porque es evidencia de su amor, confianza y celo por Cristo, puesto que ellos siendo doce tenían dos espadas contra una multitud o que estaban seguros que Jesús era capaz de vencer al enemigo aun con esta desventaja, eso fue bueno, pero también malo porque actuó violentamente.

Pedro tenía un espíritu impulsivo, y Jesús le amonestó porque quiso librarlo de la muerte. Antes había hecho rodar por tierra a Judas y sus acompañantes con tan sólo hablarles, no necesitaba espada para vencerlos; en ese momento Pedro perdió la razón. El fue un gran apóstol, pero eso no quita que seguía siendo un hombre.


Ahora bien, nadie entienda que esto justifica el carácter precipitado de cualquier cristiano. No, de ninguna manera, porque Jesús lo reprendió, o que si tú caminas con tal temperamento, Cristo se levantará contra ti. Nótese: "Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado ¿No la he de beber?" (v11).

No será extraño que en ocasiones buenos hombres lleven una buena causa de manera imprudente. No queramos nunca tener una grandeza de espíritu semejante, no quiera nadie ser como Pedro, sino como Jesús.

De todos modos el Señor le frenó, como si le hubiese dicho: Yo no quiero que tú seas un peleador, sino un predicador.

Y lo mismo hará nuestro Salvador con los suyos que sean como Pedro, y esto porque así está prometido: “Que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Amén.

P.Oscar Arocha. www.ibgracia.org


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