“He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, astutos (o prudentes) como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).
Sobre el valor de la prudencia. Jesús aquí advierte a los suyos que les espera una jornada de muchos peligros, y que la prudencia será uno de los medios para su protección y defensa.
Todos nos encontramos en un mundo de muchas adversidades, será la prudencia la que evitará -hasta cierto punto- que la maldad nos toque. Por tratarse de una exhortación, se infiere que podemos adquirir y cultivar prudencia. Pudiera ser que por baja estatura no podamos pedirte que seas jugador de baloncesto, en cambio la prudencia si esta disponible para todos.
Sobre la prudencia, Salomón dice que en esta vida la sabiduría es lo principal: “¡sabiduría ante todo! ¡Adquiere sabiduría! Y antes que toda posesión, adquiere entendimiento... Bienaventurado el hombre que halla sabiduría y el que obtiene entendimiento; porque su provecho es mayor que el de la plata, y su resultado es mejor que el oro fino” (Proverbios 4:7;3:13,14).
Comentando sobre esto el puritano Thomas Watson dijo: “Si las montañas fueran perlas, si cada grano de arena del mar fuera diamante, no fueran comparables a la sabiduría. Sin sabiduría una persona es como un barco sin piloto, en peligro de encallar en la roca”.
El poder de la prudencia radica no tanto en asuntos temporales, como destreza física o posesión de bienes materiales, sino en la paciencia para examinar, juzgar y actuar. Ocupémonos en cultivar la facultad del buen juicio o examen de las cosas. “Examinadlo todo, retened lo bueno” (1Tesalonicenses 5:21).
La prudencia tiene tres actos esenciales: examinar, juzgar y actuar.
En cierta ocasión, en una escuela decidieron poner a prueba la capacidad de los alumnos de diez años de edad. Se le entregó a cada uno la hoja de prueba con doce preguntas; el maestro dijo a los cincuenta estudiantes que leyeran primero el papel y luego que contestaran las preguntas. Casi todos desoyeron el consejo y se dispusieron a llenar sus papeles de inmediato, solo tres leyeron y luego contestaron, entregando sus hojas de prueba a los pocos minutos de iniciado el examen; el resto entregó sus hojas una hora después, porque la última pregunta decía que solo debían poner el nombre y olvidarse de las demás.
El caso puede ser trivial, pero posee una gran lección sobre la importancia de la prudencia en todos los órdenes de la vida. Los prudentes se ahorraron mucho trabajo y fastidio. Pensaron antes de actuar, esto es prudencia.
Hay creyentes muy talentosos que se echan a perder por falta de prudencia. Son como el fuego que nada más brilla para agradar el egoísmo y la vista ajena, pero que no hace ningún bien a nadie.
Falta de prudencia hace que hombres ambiciosos, anhelantes por alcanzar cosas fuera de su esfera, estén intranquilos, ansiosos e incómodos de su presente condición. Porque su mente está por encima de sus circunstancias. No podrán armonizar con sus deseos, ya que éstos siempre estarán por encima de su capacidad. El zapato es incómodo, porque el pie está hinchado. O que la fiebre no está en la sábana.
Fue el desajuste mental de la imprudencia lo que arruinó a nuestros primeros padres y sigue arruinando a muchos hoy. La ambición les cegó el entendimiento y pecaron contra la prudencia y el sano juicio, porque imprudencia y ambición van cogidas de las manos.
Por tanto, no olvidemos que el conocimiento solo informa, pero quien ha de dirigir es la prudencia. Amén.
P.Oscar Arocha. www.ibgracia.org
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