“Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él” (Salmos 89:7).
El versículo dice que adorar a Dios debe ser el objeto único de nuestra adoración, por estas dos palabras: “temible y formidable”.
Cuando nuestros ojos de fe están abiertos y ven, Su excelencia produce un sentimiento cuya cualidad es concentrar nuestra atención; el temor no nos deja desviar la vista a otro lado que no sea el objeto al cual tememos.
La adoración pública demanda concentración única del adorador.
Es nuestra labor llevar el corazón a ese estado de fe. En el verso se ven dos asuntos: (1) los sujetos que adoran, y (2) la manera de hacerlo.
Los sujetos: “Los santos, y todos cuantos están alrededor de él”. Los santos, los creyentes, los verdaderos cristianos. Papá, Mamá, hijos, otros familiares, y visitantes. Tú y yo, los miembros y no miembros de esta congregación de redimidos.
La manera de adorar: “Dios temible”. Esto es, con compostura de espíritu, reverencia o seriedad.
“Dios temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él”. Se requiere adorar al Creador con reverencia. Tener mente atenta, el corazón envuelto, seriedad y postura apropiada.
El autor lo dice explícitamente: “Retengamos la gracia, y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia. Porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:28-29).
Necesitamos acto del juicio, sentido de la excelencia divina y voluntad dispuesta del adorador hacia el Señor. Lo que llamaríamos levantar el alma a Dios en adoración. No hay manera que podamos hacerlo si no envolvemos todo nuestro ser en esta obra. Lo primero que hay que hacer es llevar el corazón a un estado de fe.
¿Puedo yo producir fe?
Sí. “Pero al ver el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó diciendo: ¡Señor, sálvame! De inmediato Jesús extendió la mano, le sostuvo y le dijo: ¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:30-31). Fue irracionalidad de Pedro ver el poder de Cristo sobre el viento y luego dudar. El uso de la razón antecede al ejercicio de la fe.
Otro caso: “Cuando vayas a la casa de Dios, guarda tu pie. Acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios, que no saben que hacen mal” (Eclesiastés 5:1).
El necio deja sus sentimientos sueltos, y no pone en operación la razón.
Tú y yo podemos hacer conciencia de donde nos encontramos y comportarnos de acuerdo al lugar.
El individuo ha de tener su mente poseída de la verdad que se encuentra en la Casa de Dios, no en un teatro o sala de diversiones: “Tendréis en reverencia mi santuario. Yo, Jehová” (Levítico 19:30).
Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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