lunes, 21 de junio de 2010

Meditación del 21 de Junio

“Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos” (Lucas 2:43).


“Le buscaban entre los parientes y los conocidos”. La religión en grupo es fuerte estimulo, ayuda a nuestra devoción. Fue costumbre de aquellos tiempos y lugares que al regreso de Jerusalén se agruparan camino a sus hogares. Un vecindario completo subía y regresaba para reintegrarse a sus faenas. Pero sucedió lo inesperado: “le buscaban entre los parientes y los conocidos”. La religión en grupo es fuerte estímulo, ayuda a nuestra devoción.


Ahora bien, nadie piense que hubo descuido en sus padres. José nunca fue negligente a la encomienda que le dio el Cielo sobre el cuido del niño.

Era costumbre en el regreso que las mujeres fuesen delante y los hombres detrás. José pensaría que el muchacho estaba con su mamá, y ella que estaba con José. Lo que sí es claro es que desde niño Jesús miraba hacia el Templo.

Los padres sabían muy bien cuál era la disposición del niño, dulce y sociable con amigos y vecinos, por eso cuando no le hallaron buscaron entre el grupo: “le buscaban entre los parientes y los conocidos”.


También sabían, aunque oscuramente, que en El moraba la plenitud de la Deidad, fue muy propio encontrarlo en el Templo entre los teólogos de la época. En ningún momento pensaron que se había extraviado en los montes adyacentes al camino.


¿Quién podría expresar la angustia de la madre cuando notó la ausencia del niño? Nadie puede saberlo. Es posible que haya venido a su imaginación la profecía de Simeón de que una espada traspasaría su alma.

O quizás Arquelao, el hijo de Herodes, había tramado algún plan macabro con el niño. No sabemos.

Sí podemos inferir las horas de angustia por el extravío. Qué multitud de imaginaciones sospechosas pudieron haber surgido entonces.

¿Quizás habría decidido regresar a su divina gloria sin avisarlo? Incluso siendo niño, el sentido de Su ausencia produce tristeza en el alma creyente, y Su presencia gozo.

La esencia del gozo cristiano es sentir que Cristo nos ama. Será signo de verdadera fe y amor, experimentar esos mismos sentimientos que pudieron sentir los padres del niño.

Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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