jueves, 17 de junio de 2010

Meditación del 17 de Junio

“Yo dije en medio de mi tranquilidad: no seré movido jamás. Tú, oh Jehová, por tu buena voluntad estableciste mi monte con poder. Pero escondiste tu rostro, y quedé turbado… Escucha, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador" (Salmos 30:6-7,10).


Cuando el salmista disfrutó facilidad terrenal, fue tentado a confiar en su propio poder. Pero este texto enseña que las cosas terrenales no son dadas para nuestro mero descanso -honor, dinero, amigos, etc.- más bien son dadas para nuestro disfrute y consuelo en el camino al cielo, siendo la roca firme de sostén el Creador mismo, no las criaturas.


Las porciones terrenales son para invertirlas en nuestra principal empresa que es el cielo. Dios ha sembrado la gracia de la fe para que nuestras almas puedan ser llevadas a El mismo y no se echen sobre cosas vanas que perecen. Las cosas no son buenas o malas en sí mismas, el problema radica en poner nuestra confianza en ellas. Si confiamos en amigos o en cualquier buen estado, más que en Dios, hacemos ídolos de ellos. Por ejemplo, un avaro es alguien que cree que el dinero le resolverá todos sus problemas; el dinero se convierte en su ídolo.


Una de las lecciones divinas en nuestro peregrinar es permitir que corramos lejos confiando sobre las cosas de este mundo, pero luego Dios las quita y el Espíritu Santo nos conduce de nuevo al camino hacia el Creador:
oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador”.

Todo verdadero cristiano sabe que las cosas de este mundo tienen sabor diferente a las celestiales, más temprano que tarde sale su propio amargo y allí mismo se les da a saborear las del cielo, lo cual inclina el corazón a la salvación. Por naturaleza espiritual los creyentes tienen la capacidad de gustar lo excelente y el Espíritu de Dios los conduce hacia ese manjar. La gracia y lo natural tienden a busca el mismo bienestar, la diferencia es que el corazón natural lo hecha en cisternas rotas, en cambio la gracia es la fuente de toda corriente de felicidad.


La naturaleza misma ilustra el concepto. Si tomas un recipiente cerrado y lo llenas de agua, al cabo del tiempo el agua desaparece para regresar a la fuente. Se puede afirmar que el descubrimiento de la verdadera felicidad se inicia diferenciando lo verdadero de lo falso.

Hasta que alguien no descubra esto no podrá decirse que está en condiciones de llegar a ser feliz. Pues así el alma podrá ver lo que es mejor y seguro, para luego descansar sobre eso y trabajar para eso.


Las criaturas -todas las cosas creadas- son buenas mientras ayuden a tener los ojos de la fe abiertos; esto es, ver al Creador, en las buenas o en las malas: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).

No es pequeño privilegio lo que el Señor concede de despertar el paladar con aperitivos de esta tierra para luego disfrutar a plenitud de los deleites de una más alta naturaleza.

Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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