"Jesús clamó a gran voz, diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"(Mateo 27:46).
Una esposa sufriría mucho si es abandonada por su marido, porque lo normal es que el marido esté con ella, la consuele y sustente. Para Cristo lo normal fue disfrutar del consuelo y solaz de Dios Padre, por eso gritó con tanta vehemencia: "Dios mío, Dios mío, ¿por que me has desamparado?". El sentido del amor y consuelo del Padre le fue retirado, no se quejó del abandono por sus discípulos sino de que Dios lo dejara, éste fue su mayor dolor.
Por causa de este abandono Cristo sufrió grandemente, no tener el consuelo del Padre es la más grande pérdida posible. Los hombres tan solo pierden una gota de disfrute cuando les falta algo, pero para Cristo fue como un mar de desconsuelo. Mientras mayor el disfrute, mayor el dolor ante la falta o pérdida. Perder la luz de una linterna es poca cosa, perder la luz del sol es una desgracia. Para Cristo, Dios-hombre, su pérdida era mayor que cualquier otra que podamos imaginar. Y a pesar de sus dolores no renunció a su oficio.
Los hijos de Dios tan solo conocen una pequeña porción del amor de Dios derramado en sus corazones, y prefieren perder la vida y todo el mundo que ser separados del Señor. Cristo como Dios-Hombre tenía entendimiento puro, afecciones celestiales y excelentes contemplaciones del amor divino, por tanto cuando fue abandonado por el Padre su dolor no tiene comparación con nada que podamos imaginar. Quienes no conocen su valor, tampoco son sensibles al dolor de tal desamparo.
Las aflicciones de Cristo fueron mucho mayores que las de un creyente. Los dolores del creyente son para prueba o corrección, en cambio los del Señor fueron para dar satisfacción a la justicia divina, recibió en todo su ser la venganza de Dios contra nuestros pecados. Si los hombres buscan venganza, cuánto más Dios contra los seres que han pecado en Su contra. Por nuestras faltas Cristo fue abandonado por un tiempo para luego ser recibido por siempre.
Cristo sufrió en lugar del pecador y todos los dolores del pecado cayeron sobre El. Había una deuda de los transgresores para con Dios y el cobro de tal deuda debía ser saldado en su totalidad. Se requería restitución completa de la suma adeudada, la justicia divina cayó con todo su peso sobre el ser del Señor Jesús en cobro por nuestros pecados.
El peso del pecado cayó todo sobre El: "Mi alma esta muy triste, hasta la muerte."(Mateo 26:38). "Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra."(Lucas 22:44).
Marcos dice: ".... comenzó a entristecerse y a angustiarse."(Marcos 14:33). Y en otro lugar leemos: "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente."(Hebreos 5:7).
Una parte del fuego en el cual nuestro sacrificio fue quemado, al ser Jesucristo crucificado por la voluntad de Dios: "Hecho por nosotros maldición."(Gálatas 3:13).
Tenemos pensamientos muy débiles del pecado y de la ira de Dios que el pecado merece. Cristo tiene otros pensamientos del mal y su castigo.
Cuando Dios viene a tratar con nuestro pecado, nosotros, que no conocemos el poder de la ira de Dios no somos afectado con ella, porque nuestro entendimiento es muy débil con tal ira. Pero cuando el Padre cayó sobre Jesús con toda su fuerza, esto fue propiamente como dice el profeta: "Las aflicciones de su alma."
De aquí aprendemos la grandeza de la obligación que tenemos con Cristo. El fue molido en nuestro lugar. La justicia divina lo decretó así: Hijo, tú debes tomar un cuerpo de hombre y sufrir. La sangre humana debe mancharte, debes ser formado como uno de ellos, sufrir, ser tentado, ser desamparado por Dios Padre, y soportar mi ira. Y he aquí su respuesta: "Entonces dije: He aquí que vengo oh Dios, para hacer tu voluntad."(Hebreos 10:7).
!Oh cuán amante Salvador es el Señor Jesucristo! Cualquier queja, murmuración o impaciencia ante la aflicción que nos haya puesto el Señor, es signo de que no tenemos el debido sentido de los sufrimientos de Cristo y que valoramos y amamos muy poco lo que El padeció en nuestro lugar.
No es un asunto fácil reconciliar los pecadores con Dios. Costó a Cristo un mar de dolores y aflicciones, el terrible peso de la ira del Creador con todas sus fuerzas sobre El. Somos excesivamente descuidados con la salvación de nuestras almas, algo que para Cristo fue muy difícil, duro y doloroso: salvarnos del dominio del pecado y llevarnos a tener comunión con Dios.
Hagamos nuestra la exhortación apostólica: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor".
Amen.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
No hay comentarios.:
Publicar un comentario