lunes, 28 de junio de 2010

Meditación del 28 de junio

"Quizá nos aborrecerá José, y nos dará todo el mal que le hicimos" (v.15).

La luz de nuestra conciencia dice que debemos ser tratados de acuerdo a nuestras obras. Es común tratar a nuestros semejantes como ellos nos tratan, tan pronto como tenemos el poder para hacerlo.

Nos resulta difícil creer que si actuamos de otra manera no saldremos perjudicados. Lo que sí es cierto es lo siguiente: imposible hacer el mal a otros sin que no nos hagamos mal a nosotros mismos, porque la conciencia es juez estricto. Así que, como medio de preservación a uno mismo, lo más recomendable sería hacer el bien a quienes nos hacen mal.


Era tan grande el peso de la conciencia en los hermanos de José, así como el miedo resultante de la culpa, que no pudieron presentarse cara a cara delante de José y utilizaron mensajeros: "Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre" (v.16-17).

Los hombres nacieron para ser útiles unos con otros. Miren de cerca lo que han dicho a José: que por mandato de Jacob le hacían esa petición. Parecen dar a entender que incluso Jacob dudaba de la sinceridad e integridad de su piadoso hijo. Algunos estudiosos de la Escritura se inclinan a pensar que Jacob no dejó tal encomienda para después de muerto, sino que las palabras son producto de las conciencias culpables de sus hijos.


La razón para tal conclusión proviene de que estando vivo, habló dos veces con sus hijos respecto de su entierro, para un hombre como él la reconciliación de sus hijos seria mucho más importante que el funeral de su cuerpo mortal. Por tanto las palabras del verso deben considerarse como de sus hijos y no de él.

Se tomaron la libertad de hablar a nombre de su padre. Nadie que conozca la historia debe sorprenderse de su proceder.


Una conciencia culpable empuja los pecadores mucho mas allá de los medios razonables para tranquilizar su alma, porque son víctimas de una fuerte incredulidad mientras están bajo esta penosa situación. El miedo que trae la culpa los hace insatisfechos con todo remedio posible.

Esta misma angustia e insatisfacción hubo en los fariseos: "¿Hasta cuándo nos turbará el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente" (Juan 10:24).

Los sermones y milagros del Señor les fueron insuficientes para creer las verdades dichas, como para los hermanos de José confiar en su sinceridad. Dios nos ayude.

Amen.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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